EL SUEÑO INDESCRIPTIBLE

UNA PRIMERA PARTE:

 

JUEVES:

 

Hoy se sentía especialmente feliz y dichosa. Alzó la vista al frente. Era capaz de percibir la mañana como un gozo del Creador que no olvidó incorporar al mundo el aliento de la vida. El influjo de la atmósfera le embriagaba de tal modo que, a punto de sufrir el éxtasis del nuevo día que le envolvía, olvidó que el café permanecía en el fuego, hasta que de pronto, el silbido de la cafetera le hizo recobrar su consciencia.

 

Se percató de que era jueves y como todas las semanas pasaría por allí el verdulero con provisiones para seguir viviendo, laborando y orando, enfrentándose a los problemas de aquella vieja escuela: centro imprescindible ya, en su quehacer cotidiano, donde atendía e instruía a los pequeños de la comarca. Trataba de convertirles en señoritos y damas educandos, respetables y cultos.

 

Una profesión, la de maestra, herencia de sus padres, quiénes a fuerza de sacrificio y concienzudamente, le habían inculcado el sentido de la responsabilidad. Tiempo atrás había estudiado en la Escuela de Magisterio. Allí, alejada de sus progenitores, había aprendido a sobrevivir y a compartir la soledad con su imaginación. A la vez, aplicarse en los estudios le había ayudado a valorar la trascendencia de saber dónde se hallan Los Pirineos o cómo se llama el río que pasa por Zaragoza.

 

Ahora Mararía, analizando el alcance de unos valores, que conocía y reconocía a diario en cada uno de sus actos, guardaba como un tesoro el recuerdo de papá y mamá, tratando de demostrarles, allá donde estuviesen, que su educación le hizo gran mella y su respeto hacia ellos implicaba cumplir con sus propósitos y obligaciones. Siempre intentaba alcanzar la rectitud y seriedad propias de un ser honrado y correcto.

 

Sus creencias, reflejo de una estricta educación al estilo clásico, estaban fuertemente fundamentadas en una arraigada fe, con profundo sentimiento de pertenencia al más tradicional estilo del antiguo castellano.

 

Nunca olvidaba sus oraciones al Altísimo. Rezaba con tal entusiasmo que parecía, pusiese alma y cuerpo al servicio del Señor. Sus pláticas no eran vanas, ni artificiales puesto que, la moral que había inculcado en su conciencia le obligaba a reflexionar y valorar todas sus acciones. Su forma de obrar, reflejaba  una personalidad llena de nobleza, guiada por un amplio sentido de madurez que se había desarrollado a lo largo de su proceso de realización personal. Sin embargo, Mararía, presentaba una disfunción en tan venerable modo de ver la vida. Su imaginación era impresionante y guiada de sus sentimientos más infantiles, era capaz de dejarse llevar por pensamientos triviales y fantásticos que, en ocasiones desbordaban su propia razón. Era capaz de desconectar de la realidad y vivir, únicamente con su mente, sueños y fábulas propios de jóvenes aventureros. Era capaz de perder el tiempo creando ensoñaciones fútiles.

 

 

Penetró en la estancia y dispuso todo en orden para el almuerzo. Ya había llegado Clarita, y pronto comenzarían a abrillantar suelos y puertas, sin olvidar lustrar los detalles dorados que armoniosamente, decoraban su hogar.

 

Clarita era una joven laboriosa. Mujer de gran disponibilidad, limpia, casi pulcra, envolvía el trabajo de las labores domésticas, con agradables musiquillas. Cosa digna de apreciarse en un ser tan simple ya la vez tan humilde. Clarita ayudaba a la profesora en el trabajo del hogar a cambio de un jornal.

 

- Clarita, tú continúa adecentándolo todo que yo he de ir a ver a Matías para comprar frutas y verduras - dijo Mararía mientras salía de casa para comprarle al verdulero hortalizas y coles.

 

Matías vestía pantalón ancho de pana y una camisa vieja que sólo se abrochaba desde el tercer botón. Sus gritos rompían el silencio que acostumbraba a reinar en la vereda.

 

Mararía se acercó y tras un simple comentario sobre lo bonito que estaba el amanecer en primavera, hizo las gestiones pertinentes de compra-venta. Sonriéndole con cordialidad retornó a la casa. Durante el camino pensó que tendría que ahorrar unos cuantos cuartos antes de que el verano y su viaje programado a la capital le pasasen el recibo correspondiente.

 

 

Al traspasar el umbral, Clarita le obsequió con una sonrisa y le comentó lo contenta que estaba aquella mañana. Su madre no había vuelto a tener recaídas de la enfermedad que le había aquejado durante los meses pasados. Un mal pulmonar que se acentuaba con el frío y la humedad del tiempo invernal.

 

Mararía consultó su reloj y se percató de que si no corría con más ligereza en sus componendas, se le haría tarde. Le esperaban sus alumnos, los críos a los que había adoptado en su corazón y a los que, sin darse cuenta, transmitían, no sólo las enseñanzas letradas, sino también los principios básicos de sus principales valores que, como hemos comentado, eran dignos de elogio.

 

Al llegar a la escuela tocó la vieja campana. Al son de su simpático tañido, los pequeños, ordenadamente, se disponían a entrar en el aula abandonando sus juegos y risas.

 

De aquel grupo infantil, destacaba Manuel, vivaracho y juguetón, tenía como una carta de presentación unos ojillos pícaros y llenos de gracia, que brillaban sobre un rostro pecoso y declaraban abiertamente que era un niño inteligente. Siempre cómplice de sus compañeros, llevaba la voz cantante en las actividades escolares.

 

Malena era la niña más presumida de la clase. También la más atenta. Era un primor oír sus frases terminadas en –mente, que llenas de precisión, informaban sobre los últimos acontecimientos del día a día, de aquella comarca y sus alrededores.

 

Carmelo sin embargo, era muy tímido y le costaba comprender las explicaciones. No obstante, Mararía siempre mostró predilección por él. Hijo de los personajes más ricos de la zona, era un niño torpe y lleno de complejos, pero con su corazón de oro y unos modales de buena educación que, eclipsados por su retraimiento, hacían de él un personaje con el que no era difícil encariñarse. No incitaba a la compasión, sino al asombro por sus intentos de superación. Su falta de dotes era recompensada por su gran voluntad. De continuo intentaba esconder sus defectos a pesar de su clara inferioridad, que él no desconocía.

 

Los niños, correctamente dispuestos en sus pupitres, conformaban un conjunto interesante y variopinto, muestra imprescindible para conocer las peculiaridades de que aquella población de la provincia castellano-leonesa. Cada uno de sus vecinos tenía sus propias preocupaciones. Mayoritariamente conformaban aquel grupo la llamada “gentes de campo”, esto es gente corriente capaz de basar los medios de producción de productos de primera necesidad, en una forma de riqueza como modo de vida que les permitía mantener en equilibrio su economía… eran pocas las familias que pasaban penalidades. Existían distintas categorías: los grandes terratenientes, el alcalde y los concejales del cabildo, los pequeños agricultores y ganaderos que poseían un porcentaje de terreno con que vivir holgadamente, y los segadores o trabajadores a sueldo que dependían de los salarios que los pudientes consideraban generosos  y adecuados a los servicios que prestaban.

 

La política de la zona no dejaba de ser una tradición, ya que desde mucho tiempo atrás y con carácter casi genético, los Pepones y sus ancestros habían determinado, (algo que nadie ponía en duda), quién poseía el bastón de mando que no eran otros que ellos mimos. Cacique, Pepón hacía uso de su mandato con dignidad. Una dignidad que según decía, había heredado y era característica de su raza: la dignidad de los hombres ambiciosos y un poco cabezotas, capaces de emitir juicios de manera determinante. Sus resoluciones, siempre tajantes, indicaban un cierto recelo respecto a los más vulnerables y débiles. La posición económica y los comportamientos de los conciudadanos, conocidos por todos de antemano, hacían fundamentales las magnitudes o varemos con que se medían las decisiones serias que el alcalde y sus esbirros, los jueces, aplicaban a cada conflicto.

 

En el aula, la pizarra mostraba un dibujo y una frase escrita en letras mayúsculas, que rezaba del siguiente modo: AHÍ HAY ALGUIEN QUE DICE: ¡AY!

 

Mararía estaba explicando la ortografía. Los niños, ávidos de aprender, hacían preguntas a su maestra de tal modo, que las lecciones entraban en una dinámica de juego acorde a las edades de los pequeños comprendidas entre los cinco años con qué contaba el benjamín y los doce años que tenía el mayor de todos.

 

- ¡Señorita!, ¿por qué  “ay” lleva signo de admiración?

 

- Porque es una interjección que, generalmente, utilizamos cuando queremos expresar algún dolor. A ver, ¿a quién se le ocurren momentos en que utilizamos esta admiración?

 

- Cuando sin darnos cuenta nos damos con un martillo en el dedo- respondió Manuel

 

- También es una expresión utilizada si alguien nos da una bofetada sonoramente- comentó en alto Malena, indicando con una sonrisa agradable que había comprendido el significado de aquellas letras

 

- Muy bien niños. Mañana traer una composición donde se utilicen estas tres modalidades de palabras. Ahora recoger vuestras cosas y salir sin prisas del aula, dejando las sillas y los pupitres en sus sitios.

 

¡La profesora se sentía orgullosa! Borró el encerado, ordenó sus papeles y tras salir de la clase, se dirigió hacia su casa, sin antes, despedirse de sus alumnos quienes también se disponían, una vez terminada la jornada, a irse  a sus respectivos hogares.

 

No es que ocurriesen demasiadas cosas en el pueblo. Sin embargo, las fiestas de primavera se acercaban. Todos esperaban que las ocurrencias de este año del concejal de festejos, resultaran entretenidas. Siempre había organizado actividades festivas muy interesantes. En una ocasión trajo una banda de música. Otra vez, había invitado a sus vecinos a participar en divertidos juegos. Tampoco habían olvidado aquella ocasión en que vinieron los Padre Lucas y dos de las niñas, amedrentadas y nerviosas, le habían pedido a su madre que las escondiese en algún armario. - ¡Han venido unos seres muy cabezones que quieren acabar con nosotras!, ¡nos amenazan con unas varas de colores!

 

 

Por la tarde, tras una comida no especialmente copiosa, sino, más bien ligera y rica en vitaminas, Mararía se sentó al lado de la ventana, como solía hacer cuando tenía un tiempo de descanso.

 

Era entonces, cuando una fuerza interior transformaba su mente.

 

Las ilusiones que tuvo de pequeña y sus deseos más profundos se convertían en grandes aventuras, sueños, en ocasiones inverosímiles, que le trasladaban a lejanos lugares o le hacían sentir sensaciones muy diferentes frente a la monótoma tranquilidad fiaría que regía cada una de sus jornadas…………………………………………………………………………………………………………… Al cerrar los ojos, descubrió un campo de enormes, gigantes margaritas amarillas de pétalos blancos. Ella se encontraba haciéndose paso entre aquellas inmensas flores. Los tallos eran largos. Le llegaban a la barbilla. Era difícil dar por allí un paseo relajante. Tenía que hacerse paso, esquivando aquellos grandes y hermosos brotes que la naturaleza le había concebido.

 

A lo lejos, pudo observar uno de esos pájaros de metal, construidos por el hombre que llaman “avión”. Extraño artilugio, que hacía maravillas del ser inteligente, tratando de alcanzar la perfecta emulación del volar de las aves. Ahora, Mararía, tenía el objetivo de conocer al piloto que se transportaban en tan, todavía raro y extraño, medio de locomoción.

 

Decidió continuar su camino salvando las hipermargaritas, cuando, con sorpresa, descubrió algo brillante, se acercó y lo recogió. Se trataba de una sortija que llevaba engarzado un rubí rojo. Deslumbrada por el objeto hallado, no tuvo otra idea que colocárselo en su dedo anular. Antes de proseguir su camino, lo observó una y otra vez y muy contenta con aquella joya comenzó a caminar más aprisa. Iba con la vista baja, tratando de descubrir más cosas. Pensaba que su obligación era inspeccionar el terreno para comprender el misterio de aquel campo de dimensiones extraordinarias.

 

En su recorrido descubrió un lago. Allí, un hombre vestido de militar que trataba de limpiar sus botas.

 

- Hola - le dijo Mararía un tanto tímida, mientras inspeccionaba la atractiva y bien constituída figura que tenía delante. Debía tratarse de la persona que había planeado con aquel objeto volador que tanto le había impresionado antes.

 

- Hola - Dijo el hombre con un cierto acento, que descubría a su interlocutora que era extranjero.

 

- He descubierto su avión, cuando estaba allí, a lo lejos, en el inmenso campo de margaritas gigantes. Me preguntaba, si necesitaba usted algo.

 

- Madam, soy Phillip, sargento de la Escuela Aeronaútica de Arizona. Pero no se preocupe, no son cuestiones bélicas las que me traen hasta este lugar exótico, donde, en otro tiempo, sí hubo guerra. Tuvimos que enfrentarnos a las mariposas gigantes que dominaban esta zona. ¡Si usted hubiese visto la acción! Nuestros aviones igualaban en tamaño a los terribles insectos, fruto de una reacción química. Con nuestras ametralladoras teníamos que destruir aquellos seres de medidas desproporcionales que recorrían el  campo que ahora usted  puede observar. Todo comenzó, cuando los tenientes investigadores de nuestra escuela crearon “el gargán”, una nueva piedra preciosa que, con los influjos de la luna, aumenta el tamaño de las plantas, animales y minerales. Mi función es encontrar “el gargán” que los científicos perdieron. He de encontrarlo para la continuación de los experimentos.

 

Mararía, que sabía que aquella piedra que había encontrado días atrás, no era otra cosa que “el gargán”, guiada por un sentimiento poco generoso, calló su hallazgo. Algo que ni tan siquiera insinuó con su gesto, pues de forma natural se percibía únicamente una sonrisa agradable que mostraba serenidad en su rostro. Sin embargo, la curiosidad, uno de los males que históricamente ha variado el curso de los acontecimientos protagonizados por las mujeres, le delató.

 

 

- Phillip, y ¿cómo funciona esa piedra?

 

- ¿Por qué, madam?, ¿acaso la ha visto?, ¿sabe si alguien la ha encontrado?, ¿hay quizás esperanza de recuperar “el gargán”?.¡Oh, qué maravilloso sería que mi misión diese sus frutos! Hablad, ¡habéis oído hablar de alguien que haya encontrado un objeto con esas características?

 

- En caso de que supiese algo, ¿no sería lógico hablar de una recompensa, algo a cambio de tan preciado tesoro?

 

- Tengo órdenes al respecto. No se ofrecerá nada, sino que se escucharán  los deseos, y se tratará de hacer feliz, al afortunado que nos ayude en nuestras pretensiones por recobrar “el gargán”.

 

Mararía le confesó que poseía el objeto que él buscaba.

 

- Mostrádmelo sin más dilación, pues lo dicho es ya una obligación para mí y para mis superiores.

 

Ella extendió su brazo y mostró un anillo.

 

La admiración de Phillip dibujó en su cara una sonrisa llena de satisfacción.

 

- Madam, no sabéis cuanto habéis hecho por mi gobierno. Por supuesto tendréis recompensa. Ahora si me permitís, me adueñaré de “el gargán” y sin dejar de invitarle nos acercamos a aquella casa a cenar.- dijo señalando una pequeña aldea cercana.

 

Una vez hubieron hablado con el camarero, se dispusieron a cenar, mientras la conversación, poco a poco, iba tomando un aire de intimidad.

 

¡Qué tranquila, feliz y en paz se sentía Mararía, hablando con aquel sargento que no paraba de relatar historias y aventuras en las que los militares de su país habían intervenido!

 

Tras pedirle el postre, fresas con zumo de naranja, la conversación tomó un matiz más serio:

 

- Bien madam, ahora, tendréis que pedir vuestro deseo.

 

- Siempre he sido una mujer con muchas obligaciones. Casualmente me encuentro en ese estado de ensoñación. Querido Phillip, desearía tener tiempo para soñar, soñar mucho y que uno de mis sueños se hiciese realidad. Os suplico me permitáis poseer la facultad de encontraros siempre en mis ilusiones. Sólo os pido que protagonicéis mis historias.

 

En aquel momento todo comenzó a difuminarse y Mararía, únicamente guardó el recuerdo de aquel personaje que había creado. No reconocía a nadie en él. Moreno, con ojos oscuros, alto y fornido parecía el galán  de las ilustraciones de los cuentos de hadas que habían enriquecido su infancia. Aquel sargento sería su nuevo acompañante, en sus historias recreadas, de tal modo que, sus fantasías adquirirían un grado de mayor realismo.

 

Con su nuevo amigo, no tendría miedo de entrar en oscuros castillos o de penetrar en profundas cavernas.

 

 

Llegó la noche y Mararía se sentó en su cuarto, donde tras hacer una oración, reservó unos minutos a la reflexión

 

Pensaba si tenía sentido abrir su corazón al amor. No es que no se le hubiese presentado la ocasión de enamorarse, de hecho estaba enamorada de su vida, de la primavera, de su trabajo, de sus niños… quizás sólo le faltaba sentir el hechizo de la pasión. En una ocasión conoció a un chico, Tomás. Tomás era educado y razonable, pero nada pasó a mayores. Todo se quedó en largos paseos por los jardines de la provincia. La primera vez que le vio, le pareció demasiado serio, pero coincidían en muchos pequeños detalles. Sus gustos eran similares. Los parques de la capital se habían convertido también en lugar de reunión. Allí solían charlar largo y tendido sobre diversos temas. Tomás era estudiante de filosofía, agradable, con un amplio concepto de la amistad que terminó casándose con  Isabel, una enfermera de esbeltas piernas y estrecha cintura.

 

- ¡Quizás si ella se le hubiese insinuado!, ¡tonterías! Tomás nunca se hubiera fijado en ella como un objetivo de sus instintos sexuales. Ella no era tan hermosa cómo para provocar deseos. Al menos no con Tomás. ¿Es que ella no era sensual? A lo mejor era su forma de vestir, que no resultaba atractiva…Se disgustó por sus propios pensamientos. Se contempló lentamente en el espejo. Su melena lisa y morena, sus ojos obscuros y tranquilos que expresaban sinceridad, sus labios semicarnosos, su pequeña nariz,... ¿podían sus facciones ser consideradas de bellas?... la palabra que describía su cara era la de armoniosa.- ¿Y su figura?- Piernas torneadas, busto erecto, algo rellenita. Quizás simples, demasiado simples y sencillos sus trajes de sastre a medida que vestían con un corte clásico su personalidad comprensiva y al mismo tiempo poco cariñosa.

 

Se iba desnudando y pensaba si algún día sentiría la mano de un hombre sobre sus pechos. Llegó incluso a sonrojarse y sintió como le subía el calor a sus mejillas.

 

Se dijo en voz alta:-¡Sólo Dios sabe!- y alegremente, se vistió con su camisón de raso y se dispuso a dormir. Aquella noche comprendió que sus pensamientos no eran algo preocupante, o una patología rara incomprensible sino un razonamiento normal acerca de sus propios deseos e inquietudes. Pensamientos o ideas que bien canalizados mostraban como era capaz de hacer sus planteamientos sobre lo inesperada que puede resultar la vida. Cómo sólo el Creador nos conoce a fondo y nos da un  destino y por supuesto un objetivo, un camino lleno de incertidumbres en el que no sabemos qué sorpresa nos planteará nuestra propia existencia.

 

 

VIERNES:

 

La ayuda de Clarita aquella mañana había sido inestimable. Con su continua alegría, y como todos los viernes, le había echado una mano en la labor de sacudir todas las alfombras de la casa.

 

- ¡Hoy sabremos cómo serán las fiestas!- comentó Clarita animosamente.

 

- Así es, la primavera, las fiestas y el sol reinando en lo alto de la cumbre; la vieja ermita volverá a vestirse de flores y todos, llenos de alborozo, volveremos a cantar a los Santos ¡Cómo me gusta esta temporada! Los días son más largos y los niños pueden aprovechar más en sus juegos. Pronto llegará una nueva evaluación. Esperemos  que los pequeños no se desentiendan de los estudios. Con tanta algarabía como  va a haber durante la próxima semana, algunos de los niños pierden el interés. Este año, he pensado solventar el problema haciendo clases más dinámicas y entretenidas, de tal modo que la  lección se convierta en algo tan ameno, como lo que se le haya ocurrido al Concejal de Festejos.

 

 

Camino hacia la escuela: Mararía se encontró con Malena:

 

- Señorita, ¿sabe que se va a organizar un picnic? Saldremos a merendar y jugaremos todos en diversos concursos. Pasaremos una tarde muy estupendamente.

 

A Mararía le alegró la idea de una merienda campestre donde se desarrollaran actividades en las que los vecinos podían llamar la atención de los pequeños. Durante las fiestas solía intercambiar impresiones con las familias de sus alumnos. Allí estarían todos y la reunión podía resultar interesante.

 

 

Una vez que todos los niños habían tomado sus asientos, con el puntero, señaló una palabra escrita en el encerado: LA AMISTAD.

 

- Bien - dijo aleccionando a sus oyentes- la palabra “amigo”, que espero no resulte complicada gramaticalmente, es un concepto, un tanto subjetivo, que expresa, no sólo un significado de unión emocional entre dos personas, sino que también es un valor que hemos de cultivar. Comprender que este sustantivo abstracto “la amistad” puede indicar algo concreto, hace que las personas tomemos una postura respecto a nuestros propios sentimientos. Somos nosotros quienes seleccionamos a nuestros amigos. A lo largo de la vida son muchos los personajes que mantienen relación con nosotros, sin embargo, somos nosotros mismos quienes decidimos, de una manera voluntaria y consciente, quiénes pasan a formar parte de nuestro grupo de pertenencia. En ocasiones, rechazamos, el conceder confianza a algunos seres. No los consideramos amigos sino únicamente conocidos. Sobre la amistad se han escrito muchas cosas y es fácil haber escuchado la frase: “Quién tiene un amigo, tiene un tesoro”. ¿Por qué definimos de una forma tan excelsa, a algunas personas que forman parte de nuestra existencia? Todos tenemos más o menos amigos pero, cultivar la amistad, ¿es una actividad que debemos fomentar y desarrollar? O, tener amigos ¿es algo facilón y frívolo para pasar el rato?

 

Como el tema introducido en el debate de hoy, lo considero de necesaria reflexión, y maduración, comenzaremos por una lluvia de ideas; de tal modo que, aquél que tenga una idea para darle un significado a la amistad, se levante y escriba en la pizarra su propia definición.

 

Así transcurrió la mañana. Los niños fueron escribiendo sus consideraciones al respecto: “Para una buena amistad es imprescindible  la sinceridad”, “Yo soy amigo de mí mismo”, “Con un amigo puedes charlar sobre tus propias cosas, sin avergonzarte”, “Un amigo, te da seguridad y confianza”, “Tus amigos están en los mejores momentos de tu vida, como en el día de tu cumpleaños”… en poco tiempo, el encerado mostraba un singular tratado acerca de la amistad. Carmelo fue el único que no participó en la actividad propuesta. Hecho que no pasó desapercibido para Mararía.

 

No quiso hacer comentarios al respecto, por no avergonzarle ante sus compañeros, aunque preocupada se dijo a sí misma, que mantendría una charla con él, a fin de tratar de comprender el porqué de su actitud.

 

- Bien - dijo la profesora - os quiero informar sobre un proyecto que si queremos llevarlo a cabo todos hemos de ser partícipes. Se trata de la fabricación de una revista. Todos vosotros podréis traer vuestros trabajos para colaborar en dicha empresa. Yo supervisaré poemas, composiciones, dibujos, y demás creaciones, con el fin de que el resultado sea favorable a la propuesta. Id pensando los temas que vamos a desarrollar y os echaré una mano. Supongo que sabéis que una revista es algo serio que puede convertirse en un entretenimiento provechoso-.

 

Los niños unánimemente aprobaron la idea y un gran murmullo se hizo dueño del aula. La idea les resultó atractiva:

 

- Será genial, yo escribiré un cuento -,

 

- Haré el dibujo más bello que haya visto nadie -,

 

- Mañana mismo revisaré mis poemas para seleccionar alguno, o mejor, escribiré uno nuevo -

 

Mararía dejó que sus alumnos terminasen los comentarios, para pedirles que le entregaran las redacciones que había mandado el día anterior.

 

Todos fueron dejando sus respectivas narraciones sobre la mesa. Cuando se acercó Carmelo la profesora le dijo:

 

- ¿Qué tal, Carmelo?, ¿te ha resultado difícil?

 

- No- comentó el niño tímidamente.

 

- He visto que hoy no has participado. ¿Te resultaba complicado el tema o es que te has aburrido?

 

- No profesora es que yo no considero a nadie mi amigo. Los demás siempre se ríen de mí y…

 

- No puedo creer que no tengas ningún amigo. Habrá alguien con quién pases tus ratos de juego con quién te entretengas. Vamos, no es tan difícil sentir un cariño especial o compartir una aventura.

 

- Quizás mi único amigo sea Trasto, el viejo perro con el que paso la mayor parte del tiempo. Si eso se puede considerar una amistad…

 

- ¡Carmelo, por supuesto que Trasto es tu amigo! Pero estoy segura de que tienes otros amigos. Un amigo es alguien con quién compartes tus anhelos y deseos, con quién te ríes, al que invitas a  merendar… Anda piensa un poco en ello y verás cómo no te resulta tan difícil decir algo sobre tus amigos.

 

Carmelo marchó un poco confundido, pensando que quizá sí tenía amigos, pero eso era algo que a nadie importaba realmente. La clase de hoy no le había resultado agradable. Él no tenía ni idea de cómo expresar lo que sentía por un amigo. Nunca había reflexionado acerca de ello.

 

 

Por la tarde, Mararía dejó transcurrir el tiempo, corrigiendo los escritos sin otra preocupación que ser justa en las calificaciones. Muchos de ellos le sorprendieron por la facilidad de palabra. Lo cierto era que “sus niños”, por lo general, se expresaban con claridad y corrección, a lo que había que añadir gran talento en su imaginación.

 

Pensaba si eso se debería a una buena alimentación y unas excelentes condiciones de vida, con las que la mayoría contaba. De esta manera, su estado anímico y biológico se mantenía en un equilibrio constante, lo que favorecía el buen cumplimiento de las tareas escolares, característico de personas sanas.

 

 

Tras la cena, salió a dar un paseo y respirar aire puro. El día caía lentamente y se podía augurar un hermoso tiempo para la mañana siguiente. Acertaron a pasar por la carretera un grupo de gitanos. Iban cantando en sus carros y formando un gran alborozo, lo cual, alegró en grado sumo a Mararía, quien pensaba que la gente pobre tenía una gran riqueza en su siempre divertido estado de ánimo. No podía dejar de considerar un premio del Cielo y del Creador el buen humor, siempre reinante, en las personas que recorrían mundo con pocos bienes materiales, pero impregnando su vida de momentos de felicidad. –Muchas personas rodeadas de riquezas, no logran nunca reírse de las adversidades, algo imprescindible si se pretende crecerse como ser humano.

 

 

SABADO:

 

Los fines de semana eran muy tranquilos para nuestra protagonista. Se dedicaba a ordenar sus armarios y, en muchas ocasiones, iba a la salita azul, a pasar largas horas entre los recuerdos de su infancia y la memoria de sus padres. Para ella, el  pasado tenía una importancia vital. Rememorar fechas y acontecimientos, se había convertido en una de sus mayores aficiones, de tal modo que, abrir el baúl de los recuerdos era, para ella, abrir las esperanzas del futuro. El pasado es maestro del presente. Quién aprende del pasado no tiene miedo de lo que falta por venir. La experiencia asigna soluciones y la sabiduría que da el pasar del tiempo, sirven para que el hombre pueda comprender sus errores, analizar y actuar con suficiente soltura como quién conoce y domina los problemas que se le plantean.

 

 

El sábado por la tarde decidió continuar con la lectura del libro que había comentado la semana anterior. Trataba sobre historias de grandes reyes y reinas que un día reinaron en Castilla. Le gustaban este tipo de novelas históricas, cuyo final, iba siempre acompañado de una enseñanza. La tradición de un pueblo dice mucho de cómo son sus habitantes. Conocer las actuaciones y maneras de esos ilustres personajes, le abrían los ojos y le acercaban más a la comprensión de los destinos de los pueblos. Pueblos que nunca olvidan su historia, sino que en sus legados a la posteridad, dan lecciones sobre cómo dominar las circunstancias en las que se ve envuelta una nación en casos de guerra o de pobreza.

 

 

El buen castellano, sereno y tradicional, investiga en los comportamientos de sus ancestros, para resolver y actuar en consecuencia. Aquellos reyes fueron nobles y elegantes, y se distinguían por su gran cordura y capacidad de raciocinio que provocaban un animado sentimiento de aceptación del monarca, entre los habitantes y súbditos agradecidos. Sus sentencias propias de ecuánimes jueces, solían traducirse en alabanzas llenas de entusiasmo, por los méritos alcanzados por sus dirigentes.

 

Tratando de asimilar la lectura y sus reflexiones, Mararía, miró a través de la ventana. La tarde parecía una pintura de Velázquez, Mararía miró a través de la ventana. La tarde seguía pareciendo una pintura de Velázquez, armoniosa, musical, coloreada con exquisito gusto, se le antojaba digna de cuento de hadas, por lo que, cerró los ojos y su pincel particular comenzó a dibujar en su cabeza……………………………………………………………………………………………………….. un castillo que se alzaba a lo lejos, construido sobre una colina y limitado por un foso.

Decorado con una preciosa escalera tipo imperial, era el lugar de reposo de un matrimonio de reyes entre cuyas pertenencias, su mayor riqueza había sido una hija dulce y cariñosa que, con sumo agrado y fascinación por sus padres, vivía alejada de preocupaciones. Había nacido en tiempos de paz… hacía unos diecinueve años. Una paz que se iba consolidando en el reino con el paso de los años y cuyas características eran la prosperidad y el enriquecimiento de su población. Pero aquel bienestar terminó pronto. Surgió un enemigo. El extraño invasor arrasaba los campos incendiando y llenando de terror y destrucción pueblos y aldeas.

Los reyes tuvieron que tomar una determinación. Con gran coraje tanto el monarca, como su esposa siempre fiel a su amado en sentimiento y cuerpo, salieron al encuentro de los forajidos en una lucha sin cuartel donde perdieron la vida.

Así fue como la princesa se quedó huérfana en una inmensa fortaleza. Aunque era mayor, su infantilismo y poca madurez daba muchos quebraderos de cabeza a sus fieles lacayos.

Un día acertó a pasar por el castillo un anciano andrajoso que pedía limosna por los caminos. Su rostro arrugado por el paso del tiempo, su pelo canoso y sus negros ojillos rasgados, mostraban una impresión de listo hombrecito. Disfrazado bajo esa imagen de pobre pícaro, se escondía una personalidad maléfica y perversa. Se trataba de un mago que, antiguamente había sido desterrado por el rey, y que conociendo las últimas noticias se proponía presentarse en la corte para cobrarse su venganza.

Flor que así se llamaba la princesa, al ver entrar a aquel hombrecillo en su jardín, quiso conocer la causa que podría atraerle a traspasar las puertas del castillo.

Sin preocupación, corrió hacia el vestíbulo, y a pesar de las indicaciones, de sus sirvientes, comenzó a conversar con el desconocido.

Soy Bertoldo. Sacerdote pobre y honrado. Mis huesos viejos y cansados han caminado por todo el territorio hasta dar con esta fortificación. Voy en busca de una princesa: Flor, a la que el destino y las circunstancias han querido dejar sin padres. Llevo para ella un mensaje de mi señor El Rey: las palabras que pronunció ante mí, y ante nadie más… pocos minutos antes de expirar.

Noble Bertoldo, hablad por favor, pues soy yo, sin duda, la princesa que buscáis. Mis padres perdieron su vida en el campo de batalla. Repetir las palabras que mi progenitor pronunció, de tal modo que pueda saber cuál fue su última voluntad, a cambio, os consideraré mi huésped y os daré alojamiento y viandas cuando retornéis al camino.

Pequeña vuestro padre, en sus últimos momentos de existencia eran que vos gozaréis de salud y os desposaréis con algún príncipe vecino. El esposo que elijáis ha de cuidar en todo momento de vuestra seguridad, no sólo material, sino también espiritual. Pidió al señor, que os permitiese conocer un cónyuge fiel en cuerpo y alma. Deseaba que siguieseis  el ejemplo de vuestra madre y esposa.

Flor no pudo por menos de sollozar y clamar por la paz y el descanso de sus padres que como esposos habían sido un modelo a seguir. Tras agradecer al viejo sus palabras, le invitó a que pasase aquella noche en su morada pidiéndole que aplazase la comunicación de su peregrinar hasta la mañana siguiente.

El mago, muy contento con la acogida de la princesa que le daba la posibilidad de llevar a cabo su venganza, se retiró a descansar antes de la cena. Pasó el rato creando un artilugio con el cual conseguiría hacer realidad su perversión de castigo por siempre, a la hija  de aquel caballero que antaño le había producido tanto sufrimiento.

El cachivache, que manipulaba entre sus manos, no era otra cosa que un cuervo de madera, al cual se le daba cuerda, y cambiando de tamaño y color, permitía se escuchase su llamada desde su grajero o nido capacitado para asustar al más valiente. Pero aquel objeto poseía la rara cualidad de cobrar vida en el instante en que alguien intentase poner en funcionamiento su sencilla maquinaria. Al tiempo que quien lo hubiese intentado, adquiriría un aspecto irrisorio: grandes verrugas y un cuerpo deforme.

A la hora de la cena, el malvado mago, agasajó a la princesa con el presente, indicándole lo divertido del mismo que se mutaba y gritaba al darle cuerda.

Flor no tuvo reparos en aceptarlo y con la impetuosidad que le caracterizaba, comenzó a darle cuenta a lo que le parecía, era un objeto hecho de virutas, emulando un cuervo, que no presentaba ningún peligro.

Sin embargo, una vez que manipuló aquel regalo, la princesa perdió su estrecha cintura y su rostro apareció rollizo y con verrugas. Se hinchó toda ella. El cuervo, convida propia, se le posó en el hombro y el mago, riéndose a carcajadas de la grotesca imagen salió del castillo.

No tardó mucho tiempo en transmitirse el suceso por la región y la futura reina alcanzó fama de ser muy fea, que la curiosidad de dos príncipes, Felipe y Fernando, le llevó a intentar conocer aquella horrible imagen, de la que daban fe todos los sirvientes, que habían abandonado a la princesa asustados de su figura. Cuando los dos hermosos varones, en busca de aventuras, atravesaron el umbral de palacio, la pobre niña, ahora conforma de bufón, corrió a esconderse.

Los jóvenes recorrieron todos los aposentos sin lograr ver nada extraordinario que diese indicios de que aquellas salas eran ocupadas por algún habitante. Dispusieron que se separarían  para continuar revisando los rincones del enorme laberinto.

Fernando, muy dado a la lectura, entró en la biblioteca y pasó largo rato observando y escudriñando entre los viejos libros llenos de telarañas y polvo, que no ocultaban la dejadez y abandono del lugar.

Decidme: ¿Quién sois?, ¿acaso un ser afeado por algún conjuro? O ¿ha sido la propia naturaleza quien no os ha sabido regalar?, ¿ha sido, una fatalidad del destino, vuestro nacimiento? o ¿lo que ven mis ojos es fruto de un mago bromista y aventurado por el sendero de la maldad?

Soy la princesa Flor,  y un hombrecillo, del cual, no dudé, su buena intención, resultó ser un mago que trastocó y transformó mi figura  y mi rostro.

El joven no daba crédito a sus oídos, al descubrir tamaña aventura, intentó adivinar el modo en que debía romper el hechizo. Se fijó atentamente en el cuervo, y observó que éste tenía un coral en uno de sus ojos. Aquello era lo único agradable de la visión esperpéntica que tenía ante él. Con su espada consiguió arrancarle al negro grajo su ojo, de tal modo que, en el mismo instante, la princesa recobró sus dimensiones y formas perfectas anteriores.

El príncipe quedó prendado de Flor.

Mararía intentó fijarse mentalmente una imagen del joven ¿que a punto estaba de enamorarse de la princesa, cuando describió que se trataba de Phillip, el protagonista de su sueño anterior que demostrando gran fidelidad se había convertido en personaje de su historia. Ensimismada, había dejado para toda la tarde del sábado, sin otras preocupaciones que llenar su mente de fantasías e ilusiones, había vivido un cuento semejante a los que había escuchado en su infancia.

 

DOMINGO:

 

El reloj sentía el paso del tiempo, cuando marcando la hora del mediodía, anunciaba, que sólo faltaban treinta minutos para que comenzase la reunión en la iglesia. Era la gran cita semanal. El pueblo, por completo, acudía a escuchar el sermón de Don Vicente, sin más pretensiones que mostrarse en sociedad y dar una imagen de conciencia limpia. De punta en blanco, todos, cada uno en el asiento que arbitrariamente le correspondía, y con sus funciones distribuidas, acudían ortodoxamente, a rendir culto, cada domingo, al Padre bondadoso. Imprimían cierto carácter de seriedad a dicho acto. Mararía nunca había querido, ni sus principios le hubiesen permitido, valorar las intenciones de sus vecinos, ni sopesar las causas que llevaban a los vecinos a aquella Santa Celebración.

 

Algunas damas, devotas y piadosas, conformaban el coro, al cual se unían las voces de todos los fieles. Doña Margarita, Doña Asunción y Doña Benigna se encargaban de pasar el cepillo, sobre el cual dejaban, los feligreses, cuantiosas cantidades como declaración de agradecimiento a Don Vicente por su dominical visita.

 

Su homilía era un tanto benévola para con los pudientes y señores de bien, a los que partidariamente aconsejaba, partidariamente sí, puesto que encontraba entre sus actitudes lo que hoy tacharíamos de fascismo conservador.

 

 

El ayuntamiento en pleno, no faltaba a la ceremonia. Después todos los representantes públicos hacían una visita a la taberna, donde cultivaban, acompañados por el sacerdote, el hermano caciquil y el representado como iglesia-poder. Trataban las cuestiones económicas y hablaban de las infraestructuras del lugar. Pepón llevaba la voz cantante. El alcalde siempre mantenía una actitud de respeto, casi de alabanza, ante el párroco y sus palabras. Cosa merecida puesto que éste ejercía con gran sabiduría la función de sermonear al pueblo con notable exactitud. Era lo que consideraba según creían: -“una labor encomiable y una rectitud loable; el modo como Don Vicente, incentiva a los ciudadanos. Empleando un vocabulario preciso, anima a las ovejas a mantenerse en paz y armonía, como un pastor honrado que quiere la superación y el desarrollo de, incluso, los más descarriados”.

 

Don Vicente sonreía y comentaba:- los caminos del Señor son infinitos. Yo sólo soy el guía que transporta la antorcha en el sendero de la Salvación donde todos los hombres tienen su destino. Desde el altar, soy portavoz de los consejos y advertencias de Nuestro Padre quiere que tengamos en cuenta. Sólo soy portavoz de los consejos y advertencias que Nuestro Padre quiere que tengamos en cuenta. Sólo soy un mediador para que todos y cada uno alcancemos la remisión del pecado. Si bien, es cierto que me gusta cumplir con mi obligación y mantenerme en la línea recta del buen decir y del mejor hacer.

 

En su oratoria del día, Don Vicente había centrado el tema alrededor de la jornada laboral. Había indicado que el sentimiento de la responsabilidad no era un mero trámite en las relaciones trabajador-patrón, sino que cumplir con el deber era considerado el modo de alcanzar la estabilidad en las relaciones, de tal modo que siendo dueño o asalariado, llevar a buen puerto los negocios, implicaba ya una recompensa más vivificadora para el espíritu que todas las ganancias materiales que implicaran un beneficio monetario.

 

-“La productividad –afirmaba enérgicamente- no ha de manifestarse, únicamente, en la capacidad de vivir holgadamente, sino también en la realización personal. El amo como dueño y poseedor también de la realización personal. El mismo amo capaz de transmitir a sus trabajadores, un sentimiento de gratitud que será recíproco. Los obreros invertirán  no sólo en la mano de obra, sino también en su conciencia. Alcanzar un equilibrio en esa relación es hallar una moderada felicidad, fruto de los acuerdos tácitos, en los que la concordia y el respeto mutuo han de ser protagonistas.

 

Mararía no estaba de acuerdo con aquellos discursos. Don Vicente no tenía en cuenta todos los elementos en sus argumentaciones. Claramente, quien ejerce un poder sobre otro está limitando su capacidad de creación. Sus sentimientos, sí debían mostrar cierta aceptación, pero vivir en condiciones de inferioridad, o no tener suficiente para comer no puede dar tranquilidad a una conciencia.

 

Mararía pensaba que existían de forma palpable y mismamente, en aquel lugar, diferencias evidentes entre ricos y latifundistas que trataban de amasar dinero, y pobres que  no se sentían escuchados, y entre ambos no era tan sencillo hacer fluir las buenas relaciones.- “De una manera u otra siempre es posible declarar el abuso de poder y las injusticias de los dominantes frente a los dominados. No se puede acallar una boca hambrienta comentando lo beneficioso que puede llegar a ser refugiarse en la actitud de ser bien avenidos los unos para con los otros.

 

Después de escuchar Misa, la profesora pensó dar un paseo. Tras despedirse de todos los que cordialmente se acercaban para desearle un buen día y comentarle algunas minucias respecto al estado climático, se encaminó hacia la zona más céntrica para tomar después, una vereda que iba directa al campo hermoso en su incipiente florecer.

 

 

Al pasar frente al Ayuntamiento se fijó en un grupo de niños que daban voces y parecían nerviosos, intranquilos. Estaban gritando y logró escuchar la causa de sus alteraciones, que no era otra que la llegada del nuevo médico.

 

Don Sabino siempre había trabajado en la zona, pero le llegó la hora de la  jubilación y se había marchado para compartir los años de vejez con sus hijos en la capital de donde era natural. Llevaban un mes sin doctor, lo cual les había causado no pocos trastornos, por lo que la presencia del nuevo sanador era una noticia de vital trascendencia.

 

Su llegada, en un auto moderno, no pasó desapercibida para ninguno de los allí concurridos, y lógicamente, la maestra que quería dejar pasar esta oportunidad de darle la bienvenida al nuevo huésped. Este ya había bajado de su coche y se disponía a introducir las maletas y los enseres en la vieja casa consulta, donde todavía constaba en letras negras: DON SABINO.

 

 

Mararía cruzó la calle y antes de llamar a la puerta, se entretuvo descolgando el letrero. Mientras realizaba tal acción, el joven licenciado se plantó en el quicio de la puerta y con curiosidad se mantuvo en silencio contemplando. Cuando Mararía cayó en la cuenta de que el doctor estaba allí, sonrió e hizo un comentario.

 

 

-Don Sabino fue un buen médico, pero ya era algo mayor y su pulso delataba que los años no pasaban en balde.

 

-Buenos días. Soy Daniel.  Usted debe ser Rosita. Me dijeron que hoy domingo, no  podría venir y que no trabajaría conmigo hasta pasadas las dos del mediodía. ¿Qué tal se encuentra su madre?

 

-No perdone, yo no soy Rosita. Soy Mararía la profesora que tiene que vérselas con los pequeños del pueblo. Rosita estará con su madre. No vendrá hasta mañana a las dos de la tarde, porque es la joven más pluriempleada de la comarca. También trabaja en mi casa

 

-Vaya siento haberla confundido. Como estaba, usted, quitando el letrero pensé…

 

-No se apure. Por cierto aprovecho para desearle que su estancia, en esta, su nueva casa, y en esta, su nueva tierra, sea agradable. ¡Bienvenido!

 

-Muchas gracias señorita Mararía-Dijo Daniel tratando de no olvidar el nombre de la profesora.

 

-Si necesita alguna cosa, mi casa está allí, y la escuela donde trabajo queda a dos calles de aquí –informó Mararía señalando el camino hacia su casa y hacia la escuela.

 

-Le invitaría a tomar algo, pero acabo de llegar y ni tan siquiera sé en dónde está la cocina.

 

-Permítame que le muestre la consulta. 

 

Mararía y el joven penetraron en la vivienda. Ella le fue descubriendo cada una de las instancias. Su conversación resultaba ser la apropiada para un médico recién llegado, con alguna experiencia en otros centros de salud.

 

Era educado y parecía simpático. Por lo que pudo apreciar nuestra protagonista era un hombre ordenado que, seguramente, estaba habituado a vivir solo.

 

Tenía ocho años de experiencia, adquirida en un pueblo de Zamora, donde había compartido amistad  y oficio con un compañero de estudios. Ahora se presentaba ante él un reto: ejercer la medicina sin ayudantes y mantener relaciones diplomáticas con los personajes más destacados de su nuevo destino.

 

Poco a poco, tendría que ir adaptándose y conociendo las singularidades de los habitantes de aquella, su área de trabajo. Mararía, en su primera impresión, le resultó sencilla y estuvo muy animado por la idea de hacer buenas migas con la profesora del pueblo.

 

- Bueno, pues yo me voy. Si necesita algo, ya sabe dónde estoy.

 

-Muchas gracias. Espero que en alguna ocasión podamos hablar más largo y tendido. Considero que una maestra en una de las compañías más apreciables. Quizá otro día podamos conversar con mayor  detenimiento sobres las cuestiones acerca de las que usted, sin duda, estará muy preparada.

 

Así se despidieron. Mararía, que ya no tenía tiempo de dar su paseo, decidió irse a casa para preparar verduras salteadas y albóndigas. Una de sus comidas preferidas.

 

Como ya era consulta, se refugió junto a la ventana. Próvidamente, con su cuidadosa observación de las cosas, sed arrellanó en su asiento y con la curiosidad que le caracterizaba, se hacía interrogantes acerca de lo ocurrido, tratando de catalogar al nuevo doctor. Para ella las personas representaban una taxonomía muy clara: agradables, desagradables, una situación intermedia, un tanto miscelánea, compuesta por las personas correctas, que no eran especialmente agradables o no llegaban al límite de la depravación o lo que ella consideraba desagradable. Las personas correctas equivaldrían a un cinco, seis o siete en una escala de valores del uno al diez.

 

Dentro de este grupo había niveles desde correctas-simpáticas, hasta correctas-asépticas, pasando por correctas-cordiales. Daniel pertenecía al conjunto de correcto simpático. Se le antojaba una estrecha  amistad que sin duda maduraría con el tiempo. Encontró en el nuevo huésped de la comarca, gran predisposición para compartir planteamientos críticos y constructivos, referentes a los acontecimientos críticos y constructivos, referentes a los acontecimientos que se habían de desencadenar. Sin duda  podrían ser testigos de los hechos y sucesos con cierta complicidad que no tardaría en aparecer entre dos personas todavía jóvenes y con espíritus impelidos, de cierto entusiasmo, a conocerse.

 

Pronto en la mente de Mararía, los pensamientos comenzarían a nublarse a transformarse en borrosas imágenes que iban alejándose de la realidad y adquiriendo tonos grisáceos, mientras una nueva visión, llena de gran variedad de colores, se adueñaba por completo de su razón, de tal modo que sin causa aparentemente observó:………………………………………………………………………………………………………..……Un grupo de hombres con antifaz. Reían y se burlaban por el botín que acababan de conseguir. Contentos de su nueva hazaña, comentaban entre carcajadas, como el resultado de sus valientes acciones se veían recompensadas por aquellos onerosos objetos de oro y plata, que no les costaría trabajo convertir en una gran fortuna. Aquella ganancia, que la providencia les había dado, gracias a una actitud perversa que acompañaba a un momento de fatalidad, siempre era transformada en negocios rentables. Pero aquella ganancia era fruto de un robo.

 

Entre aquellos bandidos se encontraba un judío, famoso por su carácter humano y su personalidad tacaña para con sus semejantes. Se llamaba Felipo Rabel. Comerciante. La mayor parte de su fortuna había sido adquirida con usura y negocios lucrativos que traspasaban el límite de la honradez.

 

Provenía de una familia de gran tradición. Su padre fue Rabino. Desde niño, Felipo, fue cultivando su egoísmo y avaricia. Estas lacras no le permitieron comprender la calidad humana más allá del valor que para él alcanzaban, las monedas, joyas y piezas de oro. Ni el buen ejemplo  de su padre piadoso le había hecho comprender el significado justo de los bienes materiales, como meros instrumentos de bienestar, o accesorios complementarios en la vida. Para Felipo, se había convertido, la riqueza en necesidad imprescindible. Contar una por una las ganancias diarias, proviniesen de las fuentes que proviniesen, era ya una actividad a la que sacaba gran partido por lo provechosa que le resultaba su propio ego.

 

Conviviendo con aquellos ladrones, obviamente, su carácter no podía encontrar enmienda, sin embargo los caminos de Alá son infinitos, por lo que una buena lección de generosidad, que el destino quiso darle a través de un amigo de la infancia, provocó una transformación que implicó un desequilibrio en los pilares que forjaban su personalidad avarienta.

 

Belén era la ciudad hacia donde Felipo e Isaac se encaminaban. Ciudad en la que crecieron y estudiaron juntos. En su recorrido, cuya meta era una reunión de antiguos amigos, que parecía ser prometedora, fueron muchas las aventuras, instrumentos empleados por los Cielos para redimir a uno de los servidores de Alá más alejado del correcto sendero de la honradez. Decidieron hacer el recorrido a pie.

 

Al llegar a la primera ciudad buscaron hospedaje pero las casas de camas estaban completas por lo que tuvieron que acudir a la Sinagoga. Allí había  varios mendigos y Felipo, pronto temió por sus pertenencias:  unos dinares que pensaba emplear en negocios. La suma era importante, proporcional al miedo que sentía. Su temor iba en aumento, cuando comprendió que Isaac pretendía compartir sus alimentos con aquellos hombres harapientos y seguramente hambrientos.

 

Felipo se guardó de sacar sus viandas y le comentó a Isaac, que apenas tenía hambre.

 

Pasó aquella noche con exceso de salivación, producida por la contemplación de hombres devorando queso y frutas. Mostraba, aquella escena, seres llenos de gula que saciaban sus deseos de alimentarse, con extremos malos modales, que podríamos denominar glotonería. Zampaban los trozos sin apenas masticar. Estaban apoderados de un hambre que parecía insaciable. Así, Isaac se quedó sin víveres para el resto del camino. Pero se sentía satisfecho de su loable acción. Felipe no lo comprendía.

 

El segundo día, llegaron a otra población, como tampoco había sitio en las posadas, tuvieron que refugiarse en la Sinagoga. Aquella noche era muy fría. Una galena de chubasco y aire huracanado derribó la puerta y quedaron a la intemperie.

 

Lógicamente los mendigos que allí se hallaban tiritaban y hacían castañear sus dientes, por la extrema frialdad, que llegaba hasta sus huesos mal vestidos.

 

Isaac comenzó a sacar ropas y prendas de abrigo que fue repartiendo entre  sus causales compañeros de descanso. Felipo no sacó ni tan siquiera una chaqueta para cubrirse. Aquella noche su cuerpo destemplado, observó un grupo de gente abrigada y reconfortada por la caridad.

 

Isaac se quedó sin ropas para cambiarse durante las próximas jornadas, pero se sentía satisfecho de su loable acción. Felipo no lo comprendía.

 

El tercer día, Isaac caminaba ligero y con el corazón alegre. Sólo le quedaban unas monedas, lo necesario para el viaje de vuelta en tren.

 

Felipo cargaba con su bolsa, que parecía había aumentado en peso. La gravedad del macuto aumentaba con la gravedad que mostraban sus acciones.

 

Aquella tercera noche, no pudieron llegar a ningún pueblo, por lo que tuvieron que acomodarse en una gruta.

 

Felipo dejó su equipaje en la gruta y salió un momento a calentarse en la hoguera que Isaac había prendido en una noche tan oscura como misteriosa, características que se acentuaban por el silencio reinante.

 

Al lado del fuego Isaac habló de este modo a Felipe:-“Amigo, ¿por qué no compartes tus alimentos conmigo?

 

A lo que Felipo respondió: - no necesito luz ni menos calor. “Quédate con tu fuego”.

 

Y se dio media vuelta para adentrarse en la cueva.

 

Al acercarse a sus pertenencias, estas no estaban. No comprendía el hombre dónde y cómo había desaparecido, ya que no había nadie en los alrededores y su amigo estaba fuera. De pronto una fiera se interpuso en su camino. Aquel instante quedó grabado en la mente de nuestro amigo. La fiera se encontraba a medio camino, entre la preciada bolsa y su persona. Lentamente movía la cabeza de un lado a otro, abriendo las fauces. El animal parecía estar poseído de una duda. Saltar sobre el petate o enfrentarse al hombre. Alguna de las dos presas sería devorada por el león.

 

Fue entonces, cuando ocurrió el milagro. La roca se llenó de luminosidad y una imagen de Mahoma se presentó ante Felipo, interviniendo con las siguientes palabras:

 

-Felipo, Felipo, nunca abres  tu corazón a la generosidad. Tu bolsa está repleta. Incluso has pasado penurias par no compartir tus bienes. Esa fiera que ves ahí, la envía Alá para que tú decidas tu futuro. Si te enmiendas, sólo perderás tus pertenencias, pero sí su alma opta por continuar en actitud avara  y miserable el león te devorará con un gran sufrimiento de tu cuerpo y la condenación de tu ánima a vagar por la gruta.

 

Fue tal el terror que se apoderó de Felipo, que salió corriendo, olvidándose por completo de todas las riquezas materiales, y deseando de corazón salvar su alma.

 

Aquella experiencia cambió por completo la vida del judío que se convirtió en un ser preocupado por la caridad y muy comprometido con las causas de los más pobres.

 

El sonido del reloj, sacó a Mararía de su ensimismamiento, que en los últimos instantes, en que iba despertando, logró fijarse en la figura de Felipo y comprendió que su amigo Phillip había vuelto a protagonizar su historia, ¡Qué gran emoción sintió al reconocer a aquel joven aventurero!. Su rostro le resultaba conocido. Pero no pudo apreciar los rasgos con la suficiente claridad como para descubrir quién era aquel personaje que fielmente cobraba vida en su cita con la imaginación.

 

 

LUNES:

 

Los lunes constituían el día de la semana más activo de la pequeña comarca. Se iniciaban las gestiones en el mercado, y los foráneos del lugar hacían sus negocios, realizaban las acciones de compra-venta. Muchos de ellos tomaban sus autos o sus carros  y se acercaban a la capital, para aprovisionarse y que no les faltase nada durante toda la semana. Con mayor motivo, las mujeres acudían a la ciudad durante ese día, con la intención de adquirir nuevos vestidos y complementos.

 

El anuncio de la fiesta había creado una pequeña revolución entre las mozas que con sus ahorros invertían en floreados vestidos de fiesta e incluso sombreros y joyas. Su objetivo era claro: presentarse en los actos públicos, que tendrían lugar desde el miércoles intentando destacar, llamando la  atención sobre el sexo masculino, y así, con su presencia engalanada cazar una pareja para el baile.

 

Mararía había encargado a Rosita que le hiciese un vestido con una tela en tonos amarillos y azules con pequeñas florecitas. La joven le había mostrado unos patrones de moda parisina con las mismas hechuras y tendencias. En esta ocasión se había decidido por un modelo con talle ajustado, cayendo en capa, que terminado con unos tirantes presentaba un atractivo escote. Aquella mañana estaban con las últimas pruebas. Mararía estaba contenta con el trabajo de su sirvienta. Tras darla el visto bueno, Rosita satisfecha comentó:

 

-Desde luego ha quedado juvenil y gracioso un rato. Será usted la envidia de muchas.

 

La profesora, que no había pensado en  esa posibilidad, optó por sonreír y agradecer a su ingenua amiga su observación, pensando que quizás, las malas lenguas tuviesen algo que decir por lo atrevido que podía resultar el modelito. Sin embargo, el hecho de que los posibles, desafortunados comentarios surgieran no le daba ningún quebradero de cabeza, ya que estaba acostumbrada a las suspicacias, dimes y diretes de algunos de sus vecinos y sobretodo vecinas, quienes, en más de una ocasión, habían enjuiciado sus atuendos, sus formas, sus modales e incluso, sus opiniones.

 

Su madre la había enseñado a sobrellevar con paciencia, las habladurías inevitables de las que siempre había sido objeto. Había aprendido a discernir entre las críticas constructivas y las frases maliciosas que, cargadas de intenciones no muy claras, corrían como rumores referentes a su persona.

 

En el fondo se sentía un poco orgullosa por aquel tipo de consideraciones que apreciaba casi como un reclamo. Ella no dejaba de ser maestra, un importante sujeto en la vida social, con su relevancia personal. Así pues, resignarse a ser caldo de cultivo para las cotillas de la zona era casi una deferencia que iba ligada a la profesión que desarrollaba, y se había convertido en algo inherente a sus funciones como educadora.

 

Llegó puntual a la escuela y tras llamar la atención sobre sus alumnos, les anunció que el martes sería el último día de clases antes de las fiestas. Les encomendó los deberes que tenían que hacer, tareas imprescindibles en aquellas vacaciones, si no querían que los resultados obtenidos a los largo del año se viesen mermados al final del curso.

 

Los niños protestaron pero Mararía se mantuvo enérgica en sus pretensiones.

 

Empleó hábilmente la mañana con las explicaciones que diferenciaban lenguaje, lengua y habla, tema que consideraba de notable importancia. Así transcurrió aquella media jornada, en la que cabe destacar la gran elocuencia de la profesora en su labor pedagógica.

 

A la salida de clase, los niños, nerviosos, se entretenían en plantearse respecto a las fiestas que se avecinaban. Algunos, conocedores de las actividades que se habían organizado como futuros vencedores de pruebas y juegos. Aseguraban que obtendrían el premio “al mejor”. Se enzarzaban en pequeñas disputas. Clamaban seguros de sus triunfos. Cada cual intentaba  alzar con mayor intensidad su voz, dando a entender que quién más gritase, estaba más cerca de los supuestos trofeos. Trofeos que no rechazarían, llegado el momento, sino que ya se había convertido en signo de distinción y destreza.

 

Mararía pasó una tarde tranquila, intentando ordenar las viejas fotografías. Aquellas instantáneas le trajeron gratos recuerdos a su memoria.

 

Su padre solía cazar mientras ella ayudaba a su madre en las tareas domésticas. De esta forma, cuando papá iba tras las perdices con su viejo perro, mamá, bajo los ojos atentos de su hija, hacía bollos en el horno y cocía leche para preparar las natillas. Su padre era muy goloso y después de un día de campo, escopeta al hombro, tenía ya por tradición, zampar los ricos postres que con tanto mimo, cocinaba su esposa.

 

¡Cómo añoraba Mamaría la protección de sus progenitores! Era aquella una familia pequeña en número, pero inmensa en fraternidad. Al calor del matrimonio, ella nunca se había sentido sola o desamparada, ya que el cariño, la ternura y el respeto formaban parte de la atmósfera que respiraban. Era corriente escuchar palabras de agradecimiento llenas de dulzura: “Gracias cariño”, era una expresión que acostumbraba a repetirse siempre acompañada de una sonrisa apacible y llena de significado.

 

Observando una imagen de su padre arrellanado en el sillón y leyendo noticias en el  viejo salón de estilo castellano, le vino a la mente, cómo solía despedirse de él con un ¨”buenas noches” para irse a su cuarto y, cómo desde su coqueta habitación oía los comentarios de la pareja que conversaba durante largo rato. Nunca se oyó una voz más alta que otra. Se sintió satisfecha al rememorar cómo el diálogo era la máxima que siempre le habían inculcado, partiendo de su propio ejemplo de personas civilizadas  y comprensivas.

 

Sin pararse a pensar en las características de la longevidad de sus padres, en ese momento contarían con más de cien años, no puedo evitar que un par de lágrimas corriesen por su rostro. Sentía una profunda soledad y echaba de menos la presencia de alguien a su lado que le sacara de aquel vacío, casi completo, que por un momento se instaló en todo su ser.

 

Decidió abandonar los recuerdos, que ya se habían teñido de nostalgia y salir a dar un paseo.

 

 

Recorrió el pedregoso camino hacia el centro urbano donde estaban construyendo unas cuantas casas que darían mayor vida al lugar. Era aquella una de las promesas electorales de Pepón:- “Transformaremos estos terrenos en viviendas para futuros vecinos, dándole un aire de modernidad al pueblo”, se fijó en las obras y observó que iban adelantadas. Si la predicción del alcalde era correcta, unas diez familias podrían instalarse en aquella zona residencial que contaría, como indicaba la publicidad, con zonas verdes donde jugar los niños fuera del peligro de la carretera comarcal. A Mararía le agradaba aquella idea de reforzar la población. No es que el censo fuese excesivamente reducido o que se caracterizase por el envejecimiento, sino que aquello supondría conocer caras nuevas. Aunque era una persona metódica y le gustaba cumplir con las tradiciones eso no era óbice para que despreciase las novedades y los cambios.

 

 

Contempló, durante unos segundos, la línea anaranjada del horizonte. Todo indicaba que el mal tiempo no haría estragos en las próximas fechas.

 

 

Continuó su camino tras estas breves observaciones y sin darse cuenta se situó frente a la consulta del doctor.

 

 

Daniel charlaba con una señora a la puerta. Se trataba de Doña Obdulia. Una mujer madura que llevaba tres años viuda. Su marido había muerto en un accidente durante las labores del campo. Aquella desgracia había marcado a la familia. La esposa, vestida de negro se sentía muy insegura ya que sus cuatro hijos ya mayores se habían ido del pueblo.

 

Doña Obdulia sólo tenía un pequeño catarro pero cualquier deficiencia en su salud, pronunciaba la amargura de un temperamento que había perdido fuerzas por las desavenencias de la vida.

 

 

El doctor, muy interesado con las peculiaridades de cada uno de los enfermos, que en estos, sus primeros días de consulta, acudían a conocerle, indagaba en las circunstancias particulares de cada individuo. Únicamente se fiaba de los relatos que hacían los propios.

 

Mararía se acercó a darles las buenas en el instante en que Doña Obdulia se alejaba.

 

-Buenas tardes.

 

-Buenas tardes- respondió Daniel. -¿Puedo ayudarle en algo?

 

-No, simplemente, estoy haciendo un recorrido por el pueblo. Me gusta pasear. Como les vi, decidí acercarme a saludarles.

 

-Entonces, ahora que tengo un momento libre. ¿Me permite que le ofrezca un café?

 

 

Mararía aceptó y ambos entraron en la casa. El nuevo médico le pidió que se sentase en la salita. Ella tomó asiento mientras observaba las fotografías, en blanco y negro, que adornaban el aparador. Un matrimonio joven, vestido de galas nupciales, le llamó la atención

 

Eran los padres de Daniel. Ante las preguntas de la profesora, el doctor, minuciosamente, narró el relato de su vida relacionado con su infancia y las experiencias de ser un niño de cuna muy agradecido a sus padres.

 

Hablaron, exponiendo cada uno su particular historia sobre la importancia de nacer en determinada familia. Como el destino de los hombres se marca desde el momento en que entran a formar parte de un estrato social, sin que ellos decidan.

 

Sin tener opción a elegir unos u otros padres.- así hablaba Daniel- Desde el momento en que se es concebido, le futuro está delimitado. Existen una serie de condicionamientos sólo superables por la propia iniciativa. Esta se traduce en el modo personal de afrontar los problemas que se van presentando en el camino. De este modo se comprueba que los seres no nacen libres e iguales, sino que hay un primer punto de referencia, para forjarnos una meta en nuestra existencia, que parte de los límites impuestos por el capricho del sino: Ese punto de referencia es nuestro nacimiento. Circunstancia en la cual influye la suerte, los astros o incluso el propio Creador.

 

La conversación derivó más tarde en las responsabilidades de los hijos para con los padres. Concluyeron en que el agradecimiento y la fidelidad del amor tenía que ir más allá del mero acontecimiento de la muerte de sus progenitores, de tal forma que el  sentimiento de pertenencia a un núcleo familiar era un sentimiento que hacía perdurar, aun con el paso del tiempo. Se veían en la obligación de mostrar respeto por lo que en vida y tras esta, les habían legado sus respectivos padres como valores incuestionables.

 

Mararía, animada por la fluidez de la conversación que le agradaba en grado sumo, pidió a su interlocutor que no dudase en tutearle. El doctor, accediendo a su petición, le indicó que el tratamiento debía ser recíproco. Surgió así cierta complicidad entre los jóvenes, cargada de cordialidad que quizás, con el paso del tiempo llegase a transformarse en amistad sincera.

 

Cuando el reloj de pared dio ocho campanadas, la profesora decidió que debía regresar a su casa, Daniel le acompañó hasta la calle sin antes dejar de desearle buenas noches y transmitirle lo mucho que había disfrutado con su presencia.

 

La noche, fue una noche tranquila. Los vecinos descansaban y conciliaban el sueño. Así alcanzó la comarca una gran serenidad que armónicamente, mantenía el equilibrio con la luna llena. Inundaba el astro con su luz las áridas tierras de aquella zona castellana.

 

 

Los lobos eran los únicos seres que acechaban despiertos y sus aullidos eran los únicos ruidos, junto con los ecos que rompían el silencio. Estas perturbaciones sonoras estaban más allá de las colinas. El Pueblo, por lo tanto, sumido en los brazos de Morfeo, esperaba a que llegase el amanecer para sumergirse en la actividad laboral. Los vecinos descansaban y sus sentimientos y emociones se encontraban en estado de letargo a la espera de la catarsis que llegaría con los primeros rayos de sol anunciadores.

 

 

MARTES:

 

Mararía al despertarse abrió las ventanas de par en par. Quería poseer en su inspiración todo el aire puro que corría entre los árboles al alba.

 

Aquel martes era el último día de clase, antes de las fiestas y había diseñado un juego para que los niños, seguramente más inquietos que de costumbre, se mantuviesen atentos.

 

Los segundos días de la semana los destinaba a hacer la colada y decidió organizar la ropa antes de que llegara Rosita, quien irrumpió en casa alborotando como solía hacer con la simpatía que le caracterizaba.

 

Las dos señoritas andaban aquella mañana nerviosas y con prisas, por lo que terminaron con los quehaceres más pronto que de ordinario.

 

Mararía recompensó a su ayudante con el sueldo que le correspondía. Siempre le entregaba su jornal en un sobre cerrado.

 

-¡Gracias!- Comentó Rosita sin abrirlo y esbozando una sonrisa risueña.

 

-No tienes que darme las gracias- respondió Mararía con voz grave- Sólo te doy lo que acordamos. Por cierto, ¿continuarás con este trabajo? Ya sé que ha venido el nuevo doctor y quizás tengas demasiadas obligaciones. ¡Te echaría tanto de menos!

 

-No tiene que preocuparse, ya he hablado con Don Daniel y allí iré por las tardes. Si así lo desea, vendré por aquí como he hecho hasta ahora, todas las mañanas.

 

La profesora tenía tiempo de coger las flores para decorar el comedor. Salió al jardín y cortó la rosas primerizas que habían florecido ya en aquellas fechas primaverales.

 

La jornada transcurrió con tranquilidad, sus horas en el aula estuvieron impregnadas de una gran expectación por parte de los alumnos que divididos en dos grupos competían por encontrar el máximo número de adjetivos en un texto. La mañana se desarrollaba “interesantemente” como indicó Malena con uno de sus comentarios. Ella pertenecía al equipo que logró derrotar a su contrincante. El juego, un reto para los niños donde habían de demostrar su rapidez mental y sagacidad, consistía en adivinar qué palabras, adjetivos calificativos, podían ser empleados para definir a un hombre de campo. Cada equipo tenía un texto diferente donde aparecían los vocablos sobre los que debía interrogar al contrario.

 

 

Tras aquella actividad interactiva,  cuya principal característica era enseñar entreteniendo, Mararía les recordó las tareas que no podían dejar de hacer durante aquellos días y les comentó de nuevo la intención de crear una revista para lo cual, precisaba de su colaboración.

 

Los pequeños se despidieron atentamente de la profesora con la cual mantenían una relación llena de respeto y admiración.

 

Aunque algo disgustados con los deberes que tenían que hacer, no dudaron en desearle a la maestra, con la mejor intención, que pasase unos felices días de fiesta.

 

Por la tarde, Mararía después del almuerzo, sentó como era habitual al lado de la venta. Tenía entre sus manos una novela decimonónica que hablaba sobre el papel de la mujer en la sociedad. El que el género femenino hubiera logrado el derecho de votar era ya un síntoma de un mundo progresista, donde el valor del ser humano adquiría un matiz universal. Su madre y su padre, defensores acérrimos del desarrollo social, le habían transmitido la capacidad de comprender el significado de la igualdad. La discriminación, considerar inferior a un ser, hijo del Creador, no entraba en sus parámetros de entendimiento. Luchar por un trato equitativo y justo era, para ella, una empresa que alcanzaba dimensiones importantes desde el momento en que el género de las féminas era tomado en consideración dentro del área vital organizado hasta entonces, sólo por el hombre.

 

Por su educación y propia actividad, engendraba dentro de sí, una conciencia  limpia y clara respecto al papel de las “damas”. Pero no considerándose feminista en estado puro, tomaba en consideración otras diferenciaciones propias del ser “racional” en el estado natural. Crítica con las observaciones racistas, machista e incluso nacionalistas, no sólo defendía el trato igualitario al ser humano, sino que además, sería capaz de defender sus opiniones en cualquier ámbito de diálogo donde se erigiese como representante de una clase social media cuyo modo de subsistir es fruto del empeño en el cumplimiento de deber, procedente de una familia cristiana y católica y sabedora de lo importante que es el respeto y la comprensión ante las diferentes ideologías. Aquella tarde estaba dispuesta a declararle al mundo, abiertamente que era mujer y se sentía satisfecha de pertenecer al bello sexo con todo lo que ello conlleva.

 

Absorta en sus pensamiento, el chip de su mente dio un giro y las neuronas activadas en aquel instante, trabajando en discursos reales, transformaron su actividad mental y pronto se sumergió en un sueño lleno de colores que volvían a convertir en fantasía, los más cuerdos y realistas pensamientos………………………………………………………………………………………………………………un niño, de pelos enmarañados con mirada triste, que dejaba entrever el hambre y la falta de cariño, caminaba decidido por una extensa calle que recorría de parte a parte, el mercado callejero que se instalaba todos los domingos.

 

Movido por una energía que se cargaba con la desesperación, buscaba entre las gentes, no se sabe a ciencia cierta el qué. Sus ojillos se centraban en los rostros de los viandantes y de soslayo inspeccionaban los productos que los comerciantes pretendían endosar al público para llevarse un beneficio.

 

No eran cuestiones de carácter pecuniario las que se habían acercado hasta el mercado, ni buscaba a nadie en concreto porque con nadie tenía familiaridad. Sus intenciones eran apoderarse de lo que bien pudiese, mientras evitaba ser visto por los allí concurridos.

 

Hacía tiempo que había perdido el temor a Dios, esa sensación que se apodera de los mortales cuando a solas pretenden cometer una falta, un pecado y no lleva a cabo la acción, atormentados por la posibilidad de condenar su alma. ¡En cuántas ocasiones, sentir la presencia del Creador, cercano a nosotros, en los momentos de debilidad, se convierte en un freno ante las tentaciones! Esa impresión había desaparecido en Tomy, quién impulsado por el hambre, el frío, la soledad y la necesidad, no calculaba las consecuencias de sus actos vandálicos, sino como acciones imprescindibles para sobrevivir.

 

Llamó su atención un payaso que con sus gracias había reunido a una multitud. Era un hombre relativamente joven, ataviado con ropas de colores, que portaba campanillas en sus tobillos y muñecas. El tintineo acompañaba malabarismo y acrobacias circenses ejecutadas con gran destreza y agilidad.

 

Pronto perdió su interés por aquella distracción y con la seriedad que puede definir a un niño de ocho años, desamparado y sumido en la pobreza, se acercó a uno de los puestos para robar algo que llevarse a la boca. Tenía hambre. Eligió uno de los tenderetes más surtidos de frutas y golosinas.

 

Ágilmente tomó entre sus manos un puñado de almendras  se alejó con la naturalidad con que un convidado en un cóctel toma frutos secos mientras mantiene una conversación trivial con su anfitrión, disimulando su ansiedad.

 

Tomy saboreó una por una las almendras, mientras ingeniaba su plan para hacerse con un reloj de oro: preciado objeto que levantaba admiración entre los transeúntes. Se acercó y permaneció algo de tiempo frente a aquel estante de joyas y abalorios que destacaba en la feria. Decidido tomó el reloj entre sus manos. Haciéndose paso entre el tumulto de gente allí agolpada emprendió una carrera llena de obstáculos, mientras el vendedor ambulante gritaba: ¡Al ladrón!

 

La guardia no logró prenderle y el niño, con la respiración alterada por la carrera, se escondió en un callejón sin salida detrás de un muro  de piedra. Pasadas las horas se acercó a una casa de empeño para cambiar el reloj por unos cuantos billetes, con los que pagar la comida en la vieja taberna de Don Sancho.

 

Estaba devorando un plato de lentejas de arroz, cuando se dirigieron a él.

 

- Hola chico, Veo que hay hambre. ¿Qué hace un niño como tú robando y solitario?

 

- Mucho cuidado que no soy ningún niño, además, ¿qué quieres?, ¿Eres un gendarme? Entonces se dio cuenta de quién le dirigía la palabra, no era otro que el bufón de la plaza del mercado, cambiado de vestimenta que le sonreía con complicidad.

 

-Surgió así, una amistad, una profunda amistad, entre dos seres no sólo desamparados y escasos de recursos, sino también, dos seres solitarios que hacía mucho tiempo que no confiaban en nadie.

 

Tomy y Felipito formaron una pareja de cómicos que poco a poco alcanzaron fama y renombre hasta llegar a palacio en una tarde de verano, cuando se celebraban las fiestas por el aniversario de la hija del rey.

 

Hicieron su número en la corte. Fueron ovacionados con fervor por los asistentes a la celebración.

 

Pasó entonces, que Tomy, durante el banquete, cogió una copa y un plato de oro. Era una de sus aficiones, muy criticada por Felipito. No podía evitar sustraer objetos en cada lugar donde actuaban.

 

En esta ocasión el destino les quería demostrar a ambos que la amistad está por encima de todo. De modo que los acontecimientos se sucedieron del siguiente modo:

 

El rey se percató de la falta de enseres y mandó llamar ante su presencia a los presuntos ladrones. De este modo Tomy y Felipito, entre un grupo de cinco acusados, fueron  llevados ante el monarca que muy enojado les dijo:

 

-Os he dado confianza y os he invitado a las fiestas en honor de mi hija. Ahora espero que declaréis quién de vosotros ha osado cometer una falta contra mis bienes, apoderándose de dos piezas de oro.

 

Los artistas fueron uno a uno negando ser los ejecutores de la acción, pero Tomy se declaró culpable, diciendo que era él el causante del enfado del rey. En aquel momento Felipito, alzó la voz y se declaró culpable.

 

El castigo consistía en contarle una mano a cada uno. Cuando nuestros amigos supieron lo que había deliberado el monarca al unísono, cada uno se auto-inculpó y declaró inocente al otro.

 

El rey al ver esta actitud y sin salir de su asombro, tras una larga deliberación, optó por condonar la falta.

 

Ambos demostraron que la lealtad entre dos amigos, puede incluso, estar por encima  de los avatares de la vida. Esta experiencia les unió más. Tomy comprendió que el día en que conoció a Felipito, encontró una verdadera  joya y no pensaba en el reloj, que robó, sino en la relación que surgió. La amista es algo que no se puede robar sino cultivar en el día a día. ¿Qué importancia podía tener pasar penurias, si esas desavenencias eran compartidas?, ¡tener un colega tiene más valor que tener cubiertas todas las necesidades materiales! Con el tiempo Tomy perdió su costumbre de robar, creció sentimentalmente y además nunca volvió a pasar hambre.

 

 

Mararía con una sonrisa dibujada en su rostro fue poco a poco recobrando la razón mientras difuminaba las figuras de Tomy y Felipito. Este último quedó durante unos segundos clavado en su mente. Ella trató de aprehenderlo en su memoria pues le resultó familiar. Entonces se dio cuenta de que era Philip y quiso agradecerle su protagonismo en sus fantasías. Aquella imagen se desvaneció y la cordura evitó que mantuviese más contacto con el imaginario personaje. No pudo descubrir los rasgos que le caracterizaban, aunque le recordaban a no sé quién.

 

UNA SEGUNDA PARTE.

 

El transcurrir del tiempo trajo consigo los esperados días de asueto en que la diversión estaba asegurada.

 

Los habitantes de la zona, únicamente se entretenían en los preparativos de la fiesta que compartirían con los forasteros, quienes animados por las gratas experiencias de otros años, acudían a la festividad con cierto sentimiento laico.

 

La tradición de San Benito el Bendito hacía lustros que casi había perdido vigor para la mayoría de los convidados. Incluso los foráneos tendían a olvidar el sentimiento religioso de aquellas fechas tan señaladas. Sólo ciertas viejas damas y algunas mozas jóvenes pertenecientes a familias de gran tradición en la comarca, albergaban entre sus alegrías, el recuerdo a aquel santo del cual se dice, hizo grandes milagros.

 

 

Mararía se encontraba entre el grupo de creyentes que aún conservaban parte de su memoria para enorgullecerse del patrón. Ella esperaba con impaciencia la procesión de la ermita, cargada de buenas intenciones para encomendarse al santo.

 

Don Vicente presidía la ceremonia. Otros años había acudido el Obispo, pero este año el párroco, considerando que la fe de los feligreses iba perdiendo fuerza, y temeroso de la falta de asistencia de los creyentes, había optado por no darle publicidad al acto ni invitar al prelado.

 

Como es lógico el sacerdote no estaba contento con esta actitud del pueblo, sin embargo adoptó una actitud optimista. Había dispuesto aprovechar este año para acercarse más a los vecinos, intentando renovar la ilusión de los mismos por San Benito. Quizás le hacía falta un milagro, cuestión que no rechazaba en sus expectativas. Mientras llegaba o no llegaba una acción sagrada por parte del Santo, Don Vicente invitaba uno por uno, a sus fieles a participar en la celebración. Había conseguido que el alcalde declarase en el pregón de fiestas: - “El padre Don Vicente, a la espera de una mayor participación en la procesión del santo, invita a los conciudadanos a rogar al propio San Benito por una manifestación que recuerde a sus seguidores la fuerza divina de dicho personaje, de tal modo que con aire renovado, pueda volver a cursar una invitación al Obispo. Todo el pueblo habrá  de rezar con devoción de forma que El Bendito, agradecido, lleve a cabo una acción milagrosa que redunde en un mayor prestigio para la comarca”.

 

El rito de pasear el santo por las calles y la misa del domingo eran los únicos elementos religiosos de la fiesta. El resto de actividades de contenido profano alcanzaban mucho más protagonismo.

 

Toros y verbenas, durante las jornadas, reunían a un amplio número de visitantes que engrosaban, de manera palpable, las cifras de participación en el gozo popular.

 

Las calles decoradas con guirnaldas y banderillas, permanecían abarrotas hasta los topes, desde el amanecer en que había encierros, hasta altas horas de la madrugada cuando los mozos y mozas al final del baile, cansados, se daban los últimos achuchones y muestras de afecto. Era la hora de la despedida, momento en que surgían las expresiones amorosas llenas de significado, más prometedoras y comprometedoras para los lugareños que para los extraños. De hecho en más de una ocasión, aquellas primeras horas del día habían sido testigo de la consolidación de parejas que desembocaban en matrimonio, habían presenciado concepciones de bebés ni esperados, ni deseados, incluso eran cómplices de infidelidades y locuras provocadas por la ingestión de vino y cerveza con que mojaban su dignidad las jóvenes que, impelidas por las pasiones aceptaban palabras de lealtad eterna a cambio de concesiones de su propia intimidad.

 

Las carreras ante los becerros y las corridas tenían ya gran tradición. Tentar la suerte y mostrarse habilidoso ante al animal traía en ocasiones consecuencias teñidas de negro ampliamente recompensadas  con las faenas de improvisados diestros y las ocurrencias de los más valientes que no dudaban en asir a la vaquilla del asta, sujetarle del rabo o tratar de montarse sobre ella. Así hacían las delicias de los espectadores que coreaban olés acompañados de grandes risotadas y chillidos. ¡Qué algarabía!, ¡qué bulla!, ¡Qué barahúnda!

 

No era posible la tranquilidad ni el sosiego durante aquellos días. Niños y viejos veían alteradas sus siestas. Los adultos perdían el control de sus púberes que aprovechaban la ocasión para experimentar nuevas sensaciones, quizás irrepetibles. Sensaciones que marcarían una especie de estigma en su alma, unos recuerdos imborrables que inevitablemente pasaba a formar parte por su existencia.

 

Las señoras se convertían en anfitrionas capaces de estar pendientes todo el día de los deseos de sus convidados: un grupo de parientes lejanos que, con la disculpa de la festividad hacían la correspondiente visita de cumplido en respuesta a un compromiso contraído tiempo atrás.

 

Los concursos y juegos, perfecta excusa para pasar a la cálida tarde primaveral al aire libre, fueron un verdadero éxito. Con grandes aspiraciones lúdicas los niños competían intentando demostrar que la destreza es compañera de la diversión. En aquellos campeonatos, declararse vencedor, era un orgullo. Los más pequeños rivalizaban por hacerse con el premio que era un símbolo de distinción. Los que conseguían subir al podio del honor, cantaban a los cuatro vientos que merecían un reconocimiento especial de todos los asistentes. Así lo declaraban: -¿Viste papá?, llegué el primero, ¡soy el mejor! -¡Mira que medalla mamita!

 

Aquellos campeonatos comenzaron con la carrera de sacos. Maniatados tenían que correr dentro de un saco hasta llegar a la línea de meta. Muchos de ellos se cayeron provocando las risas de los allí concurridos.

 

Bailar con una manzana, sin permitir que se cayese de entre sus frentes, fue otra de las actividades que se convocaron. Los niños con sus respectivas parejas femeninas mostraban con orgullo los primeros pasos que habían aprendido de sus padres. Al son de los pasodobles se iban desclasificando. Malena y Manuel quedaron vencedores alardeando de su arte con su bonito conjunto de pasos armónicamente compaginados. Mientras debutaban no pudieron eludir los comentarios: -¿Has visto que buena pareja hacen?, -Desde luego son los que se mueven con más garbo, -¿Dónde habrán aprendido? –Han ensayado mucho, merecen ganar- dijo la madre de Manuel, mientras señalaba al árbitro que una de las parejas debía ser retirada pues habían perdido la manzana.

 

Chicos y mayores gozaban en el amplio sentido de la palabra. Mararía estaba pendiente de todos los participantes. Había acudido a la fiesta y sentía con el deber de estar al tanto de los acontecimientos, conocer y reconocer a los ganadores para darles la enhorabuena. Se creía en la obligación de animar a todos sus alumnos y participar en sus alegrías.

 

Lo que más le divertía era ver el juego en que los niños con los ojos vendados tenían que darle a un puchero, para después intentar hacerse con la mayor parte de golosinas que había en su interior. Le gustaba ver como una y otra vez fallaban, al tiempo que se oía un: ¡uy!, que animaba cada uno de los golpes desafortunados. Hasta que, por fin uno de los pequeños con un garrotazo seco hizo saltar el puchero en pedazos. Fue entonces cuando todos ávidos y como desesperados se lanzaban a por los caramelos, monedas y sorpresas que se habían desparramado por el suelo.

 

Transportar un huevo en una cucharilla, la carrera de carretillos y ponerle un rabo al burro fueron otras de las actividades en las que no faltaban concursantes.

 

La tarde se desarrolló entretenida y amena. El concejal de festejos vio así reconocida su capacidad de planificación que fue elogiada por todos los vecinos. Como colofón, la degustación de tortillas y postres, preparados por las amas de casa, casadas y mozas casaderas.

 

Tras el esfuerzo se les había abierto el apetito y aquellos manjares, cuidadosamente distribuidos en mesas por la vasta pradera de Don Pepón, donde se desarrollaba el picnic, constituían un premio incluso para los “perdedores”.

 

Mararía estaba probando una tarta de fresas con queso, cuando se sintió observada. Daniel ponía la mirada sobre la profesora a la vez que le hincaba el diente de las exquisitas tortillas, en concreto la tortilla de calabacín en su gusto al punto de sal. Ella le respondió con una sonrisa.

 

El joven doctor se acercó y pronto estaban ambos disertando acerca de lo fácil que es entretener a un niño tras comentar lo agradable que había resultado el día de campo.

 

-Obviamente, mi conocimiento sobre el modo en que han de ser tratados los niños es parte fundamental de mi profesión. Cuando estudié, durante mi edad univesitaria, la preparación humanística trataba el tema del acercamiento del profesor al alumno en las actividades extraescolares. Un amplio número de advertencias y  consejos referentes al tema, eran centro de atención de unas charlas a las que asistí y en las que puse mucho empeño. Durante la infancia, el niño se comporta de manera neutral tanto en clase como fuera de ella. Su vivencia es lineal. No es como los adultos que somos capaces de distinguir actitudes presentando distinta predisposición según la actividad que desarrollamos. Así una persona con edad comprendida entre diez y quince años, en las que las formas o convencionalismos no han sido asimiladas, necesita aprender los correctos comportamientos según las ocasiones. Pero considero que enseñar no es únicamente una labor propia del tutor de la escuela. Es un trabajo de la sociedad y de todos los que la construyen y conocen. Esto es, la integración de la persona al mundo adulto, puede tener lugar en circunstancias tan dispares cómo tomar el té en casa de un marqués o disputar un premio en una fiesta campestre.

 

Daniel que empezaba a despertar un interés especial por las explicaciones de su interlocutora le comentó sus experiencias con enfermos infantiles. Estuvo largo rato afirmando que cuando somos pequeños, no somos conscientes de los problemas, ni tan siquiera afrontamos con realismo la existencia de una enfermedad. Sentimos dolor y nos quejamos. Pensamos que la solución la tiene mamá.

 

- Plantearle a un niño, con deficiencias en su salud, -decía categóricamente el médico- que ha de cuidarse es un trabajo arduo y complejo. Hay que utilizar una técnica adecuada a las circunstancias. Hacerle ver mediante ejemplos lo que significa estar malito. En cualquier caso no asustarle, ni hacerle sentir diferente. Por otro lado la relación paciente-médico, y hablo desde el punto de vista profesional, ha de adquirir un tinte de complicidad.

 

Él defendía la idea de que ganarse al infante y tratarle amistosamente hasta alcanzar un aceptable nivel de confianza era imprescindible.

 

Atardecía y el buen tiempo dibujaba en la lontananza una línea anaranjada, por encima de la cual, el cielo despejado se abría inmenso. Como inmenso era el sentimiento de comprensión mutua ya existente entre Mararía y Daniel. Hacía tiempo que la maestra no mantenía conversaciones tan enriquecedoras con nadie. Por ello, sorprendida y a la vez intimidada, ligeramente sentía correr la sangre en su interior aceleradamente, tanto que, por un instante quiso saltar, reír o hacer una estupidez. Pero eso no era propio de ella. Se asustó y guardando las formas, sonrió tranquilamente recobrando la armonía que le caracterizaba.

 

Caminando se acercaron al salón de baile, donde tenía lugar una verbena. Era aquél el último de los cuatro “bailes” que habían tenido lugar durante las jornadas festivas.

 

Daniel, en un estado de creciente admiración por aquella bonita maestra, quiso guardar en lo más profundo de su corazón las sensaciones que empezaba a experimentar. Se dio cuenta de que la amistad, concepto que definía el inicio de aquella relación, tendría que ser sustituido  por un concepto más apropiado: cariño. Pensó durante unos instantes que tal vez la ternura llegaría de forma inesperada, en cualquier momento. Fue entonces cuando se fijó  en el rostro de Mararía  sintiéndose  terriblemente atraído  por la mujer que tenía en frente, reprimió sus impulsos para darle un beso y le invitó a bailar un vals que sonaba en el recinto. Mararía aceptó.

 

Bailaron y bailaron mientras intercambiaban miradas llenas de pudor. Era tal la timidez que se había apoderado de los dos que no percibían en el otro lo que ambos trataban de ocultar.

 

Llegó el momento de la despedida, una corta despedida durante la cual, lograron disfrazar sus emociones. Fue una demostración del control de las pasiones, propio únicamente de dos jóvenes educados en la más estricta disciplina. Se impuso la cordialidad y la rectitud por encima de la naturalidad y espontaneidad.

 

-Bien, Mararía ha sido un placer bailar contigo- le dijo mientras la dejaba frente a la puerta de su casa.

 

-Gracias Daniel. He disfrutado mucho de la velada.

 

Un silencio

 

-¡Qué descanses!

 

-Igualmente, mañana nos veremos en la iglesia. ¡Feliz descanso!

 

-¡Buenas noches!

 

Mararía aquella noche del sábado, había vivido intensamente todos y cada uno de los momentos. Le había parecido magia.

 

Lentamente se quitó la ropa, y se puso el camisón de raso. Con cierta gratitud hacia la vida hizo sus oraciones. Contenta por haber logrado dominar aquellos casi irreprimibles deseos, pidió al Señor que no volviese a ponerle ante circunstancias semejantes. Fue inmediato al instante en que se quedó dormida. Sentía la protección del Ángel de la Guarda.

 

La mañana amanecía con algunas nubes. El tiempo estaba inquieto. Contrastaba con la inactividad del día. Un día en que finalizaba el jolgorio y el latir de los corazones exaltados. Retornar a la rutina no sería difícil, teniendo como transición aquella jornada de descanso y reflexión, cuyo único acto público sería la Santa Misa.

 

Mararía se levantó sintiéndose innecesariamente feliz. No alcanzaba a comprender por qué se sentía invadida por un deseo de correr de acá para allá, de hacer las cosas rápidamente como con desasosiego. Había perdido parte de su característica serenidad. Lo que antes era armonía ahora se había transformado en impulsos incontrolados. No era capaz de centrarse en las labores domésticas que le entretenían. Pareciese haber retornado a la adolescencia y llena de vitalidad continuaba y sonreía sin lograr comprender el porqué de su actitud. Obviamente aquello no era más que el inicio de un estado de enamoramiento que nunca antes había experimentado.

 

Pasadas las horas acudió a la parroquia, donde estaba todo el pueblo. No faltaba Daniel que se colocaba a la izquierda de la zona reservada para las mujeres en el sexto banco.

 

Mararía saludó a algunos conciudadanos. Pronto comenzó Don Vicente con la ceremonia durante la cual aprovechó para agradecer al pueblo su presencia y elogiar el sacrificio que habían hecho el jueves, yendo en procesión con el Santo San Benito el Bendito sin dejar de recalcar que el sentido religioso de aquellos días era algo que debía  renovarse cada año.

 

Sacar el Santo, había sido una tradición practicada desde antaño- “Allá por cuando nuestros tatarabuelos eran niños, ya se celebraban estas fiestas y nunca nos faltaba la veneración al Santo. Hoy ese acto alcanza la misma trascendencia. Es cierto que los tiempos han cambiado, que las cosas se han modernizado, para bien o para mal. No hay que olvidar que la iglesia recorre el camino del siglo veinte con la celeridad que caracteriza una época de la vida, donde la mayoría de los jóvenes sufren estrés, pero recientemente por esta causa ha sabido mantener la moral propia del buen cristiano en auge, adecuar los valores tradicionales a los tiempos actuales ha de ser nuestro objetivo. El cambio en la Liturgia, antiguamente en latín, es únicamente un ejemplo de cómo la Iglesia es Universal no sólo por su perpetuación geográfica en todo el globo terráqueo, sino también por su penetración temporal. La doctrina de Cristo no está anquilosada ni trasnochada. Fue, es y será la savia que fortalece al hombre. El ser humano como Hijo de Dios hecho hombre se mantiene en la obligación de transmitir a sus semejantes la Buena Nueva que tiene carácter de eternidad por los siglos de los siglos. Quizá percatarse de esta idea y sobrevivir en un mundo en constante evolución sea una causa harto difícil pero, lleno de significación, la función de los Siervos del Señor. Son ellos, los párrocos y sacerdotes, incluso los seglares comprometidos, los que han de cultivar, podar y abonar el campo, en fin trabajar preocupándose en todo momento de las variaciones sociales y las mutaciones reales que se hacen inevitables con el paso del tiempo.

 

Aquella homilía no era otra cosa que un alegato a la profundización en el significado sagrado con que se podía percibir una fiesta como aquella que estaba a punto de concluir. Mararía, comprendía que era grande el nivel de trivialización al que había llegado el pueblo, y no veía mal que le recordasen el mandamiento de santificar las fiestas. Le parecía adecuado el  enfoque de Don Vicente que resaltaba la capacidad de progresos de la iglesia como institución creada por Cristo. La profesora pensó que ella podría colaborar, proponiendo alguna dinámica en clase que recordase la vida y milagros de Don Benito, el Bendito.

 

Al término de los rezos del pueblo como de costumbre se reunió en la Taberna Mararía tuvo tiempo de dar un paseo, Daniel no pudo acompañarle pues tenía que atender un paciente, sin embargo le comentó que al atardecer se pasaría por su casa para charlar con ella.

 

La tarde trajo consigo una tormenta. Mararía en su soledad al lado de la ventana, veía caer el agua que resbalaba lentamente dejando un surco en el cristal. Los truenos y relámpagos, algo lejanos, traían a su memoria, las lecturas de misterio que en más de una ocasión, habían petrificado su ánimo. Su capacidad de sumergirse en las novelas, era una habilidad que había adquirido con la práctica. Una novela de intriga romántica, resultó ser la escusa precisa para pasar la intranquila tarde reposando. El relato era la historia de un crimen. Por su desarrollo parecía que el desenlace le llevaría a la conclusión de que el móvil fueron los celos. Su protagonista, un inglés ágil de mente y sangre fría, resolvía el caso en el que los detalles transformaban en interrogantes que Mararía al mismo tiempo que el detective, se planteaba.

 

El reloj, con su mecánico movimiento transmitía una paz sólo alterada por el histriónico y teatral fervor de las fuerzas de la naturaleza que actuaba con decisión en aquella tarde de primavera.

 

Barruntaba en el exterior mientras la linda Mararía como aletargada y sumida en la lectura, comenzó a desarrollar en su interior la actividad mental ya características por la cual el control de su mente se desbordaba. Su imaginación impetuosa le desplazaba a otras coordenadas, y sin mediar ninguna acción por su parte, se encontraba en otra época con otras circunstancias experimentando en nueva historia, ya como protagonista ya como espectadora. Perdía también la noción del tiempo y sin saber cuándo ni dónde vio ante sí……………………………………………………………………………………..aquella universidad, que les dio nombre y prestigio. Acababan de licenciarse como letrados. El grupo de jóvenes abogados se alzaba en vítores y hurras ante la presencia del Gobernador Civil que presidía el acto de graduación.

 

Fernán Fernández como sus compañeros, no podía ocultar el nerviosismo y la satisfacción de escuchar su nombre y recibir el título con el que alcanzaba la dignidad de ser reconocido como hombre de leyes.

 

Acababa aquí un período de su vida que le había llenado de experiencia y sobre todo de vivencias irrepetibles que le habían ayudado enormemente en su desarrollo. Se alzaba ante él un futuro impredecible pero al menos era portador de aquel diploma que extendido a su nombre avalaba con una calificación de sobresaliente su capacidad para resolver justamente litigios y malentendidos. Sus familiares, sus padres y su tío Don Sebastián no habían querido perderse aquel momento tan trascendente para Fernán.

 

Don Sebastián ya mayor pero muy bien considerado en la ciudad, ya había hecho las pesquisas correspondientes para colocar a su sobrino en el gabinete de abogados con fama y renombre. Tenía que darle la noticia a Fernán y los consiguientes consejos de la profesión. Profesión que él había desarrollado durante la mayor parte de sus años de vida.

 

En el restaurante, sito en la hermosísima Plaza Mayor, Don Sebastián aprovechó el momento del café para dirigirle a su sobrino la nueva noticia.

 

-Fernán, ¿has pensado ya cómo enfocar tu vida? Debes prever que se acabaron los años de estudiante y adoptar una postura responsable donde tu talante como hombre comprometido a la causa de la justicia ha de primar. Me he tomado la molestia de buscarte un primer destino. El bufete de los hermanos Romero. Será un punto de partida y una escuela inicial para que vayas perfeccionando tus saberes con la aplicación de los mismos en casos concretos.

 

La abogacía es un arte. Para ser artista en esta disciplina hay que pulir, moldear y ornamentar las acusaciones y defensas en todos y cada uno de los contenciosos que mantengas con las injusticias.

 

El bastión de tus argumentaciones ha de estar amparado por la ecuanimidad de tus juicios.

 

-Tío, me honráis, me dejáis sin palabras y hasta ligeramente me apabulláis. No esperaba una oportunidad de estas características. No puedo dejar de agradecer vuestro interés, sin dejar de asegurar que mi predisposición y mis intenciones no tendrán otro objetivo que demostrar que es posible tener confianza en mí, que siempre actuaré de buena fe como mandan los cánones de la profesión.

 

Pasó el tiempo y Don Fernán fue adquiriendo conciencia de lo que significaba su oficio. Desarrolló positivamente sus dotes argumentativas de tal modo que sus elocuentes discursos, iban ganando en locuacidad. Comenzaba a ser reconocido por la sociedad pudiente, hasta que un día un asunto de faltas le propició una regañina de su tío. Se trataba aquel suceso, de un romance con una mujer casada, rica y bondadosa en sus pasiones que atrajo ciegamente caso omiso de las indicaciones de su bienhechor y comportándose como un inquilino. Egoístamente se dejaba llevar de sus instintos y saberes.

 

Como no veía otra solución y muy preocupado por los rumores que comenzaba a oír Don Sebastián decidió ofrecerle a la dama una suma cuantiosa si olvidaba por completo a su protegido.

 

El recto señor, no sabía que ese sería el inicio del fin de su sobrino. Don Fernán cayó enfermo, nada podía hacerle olvidar su amor prohibido. El juego había llegado demasiado lejos, incluso, había herido su corazón y una inmensa tristeza hizo que olvidara sus obligaciones y se aferrase a aquel amor imposible sin saber lo vulnerable que era la lealtad mostrada por la adúltera.

 

Convino Don Sebastián en resolver la trágica situación, con otro golpe de bolsillo, de tal modo que habló con una joven a la que aseguró una recompensa si lograba hacerle olvidar a Don Fernán, su antiguo amor.

 

Los acontecimientos se desarrollaron conforme había sido dispuesto y pronto el joven abogado, con la impetuosidad propia de quién entabla una nueva relación amorosa, se vio atraído, inmediatamente por Lolita. Recobró la salud y tuvo unos años de gran prosperidad en el terreno laboral.

 

Se encontraba años después, llevando un caso de injuria de un señor acomodado que presuntamente había denigrado a una mujer, conocida en toda la ciudad, pues vendía verduras en el mercado. El daño ocasionado a la verdulera había afectado a sus ventas y los rumores no paraban de correr por calles y plazas entre los transeúntes. Limpiar el nombre de la señora y lograr una cuantiosa indemnización eran los objetivos de nuestro diestro letrado.

 

Sucedió entonces, como suceden estas cosas, fruto de la casualidad que Don Fernán se enteró a través de uno de sus sirvientes, de las artimañas que había utilizado su tío con las dos mujeres de su vida: su primera amante y su actual esposa Lolita.

 

Fue tal la conmoción y la sorpresa que sintió que toda su vida, había sido un engaño y una farsa. Tener en conocimiento estas acciones por parte de su tío, le llevó a desarrollar, un profundo odio contra las mujeres. Su talante misógino transformó muchas de sus concepciones y creencias a cerca del bello sexo que para él no representaban nada más que un grupo de seres informadores, caprichosos y odiosos.

 

Su rencor, llegó tan lejos que en el caso que llevaba entre manos, y ante la incorporación de todos los que seguían con atención el caso de la verdulera; en su alegato hizo una defensa, no de su cliente, sino de sus propios intereses:

 

“Obviamente la riqueza del país está representada por los hombres de bien que saben en cada momento actuar con personalidad. Una verdulera puede ser protagonista de diversos sucesos mientras efectúa sus negocios, pero ella vive de la calle, del mercado, inculta y frívola, ríe chistes verdes e historietas picarescas. Su afán por vender le lleva a tomar contacto con tipos de distintas calañas. En muchas ocasiones es insultada y maltratada verbalmente por algunos de sus potenciales compradores. Hoy se envalentona y acusa a un noble señor tachándole de injurioso. ¿No será que la “damita” movida por una acción sin escrúpulos, pretende sacarse una buena tajada a costa de una expresión, sin duda hecha sin mala intención? ¿Es que esta mujer pretende cobrar una suma de dinero, a este honrado caballero, alegando su indefensión frente al ataque que ha sufrido su crédito? No señores, las mujeres representan en sí misma la perversión. Se mueven por interés y están dispuestas a convertir una frase sin trascendencia, en un fondo de intereses. Si existe falta a su integridad, que me atrevo a dudar, esa falta la convierten en una fuente de ingresos. ¡Qué vil es el sexo femenino!, ¡cuánto engaña bajo su rostro de inocencia!, ¡qué vana su lealtad” … y abandonó la sala

 

Mientras abandonaba la sala, Mararía se fijó en él y pudo reconocer a aquel hombre ya familiar a ella. Era Phillip.

 

Se intentó fijar en su rostro pero fue entonces cuando comenzó a desfigurarse y a perder calidad. Estaba lentamente saliendo de su ensimismamiento cuando repentinamente:

 

-¡Mararía!

 

-¡Phillip!

 

-Mararía, soy yo Daniel

 

Allí ante ella estaba el doctor que como le prometió había acudido a conversar con ella.

 

¡Qué simple habría sido comprenderlo todo!

 

Sin embargo, la locura se apoderó de la cordura. Sintió que ella era etérea, un espíritu libre capaz de crear a su antojo personajes reales y personajes de ficción. Pero aquella capacidad de invención se iba apoderando de su razón. Nunca más Mararía pudo regresar a la normalidad de sus pensamientos. Perdió el control, perdió el juicio.

 

El doctor, se vio obligado a redactar un informe con las características de la enferma para que fuese ingresada en el psiquiátrico. En su informe constaba: pérdida de equilibrio mental por causas injustificadas. Su estado de ánimo parece haber encontrado un grado perfecto de felicidad. Pérdida de conciencia de la realidad.

 

 

UNA TERCERA PARTE

 

Los niños:

 

Los niños, medrosos por los recientes acontecimientos formulaban sus propios juicios respecto a la pérdida de la razón de su profesora. Perversos, achacaban el mal a un castigo del Señor por su excesivo orden.

 

-Era una maniática del orden. Es lógico que se haya vuelto loca. Siempre preocupada por enseñar y por introducirnos en el mundo de la sabiduría. Yo creo que le obsesionaba, cumplir con su deber, escrupulosamente- Dijo Malena con la resabia que le caracterizaba.

 

Iniciaba así una tertulia con sus compañeros.

 

-Yo también lo creo pero me da la impresión de que ha sido Dios quien, en castigo, le ha hecho perder la chola. ¡Pobrecita! Parecía tan segura de sí misma. ¡Bonita situación con la que se enfrenta!, ¿tendremos nosotros, acaso la culpa de lo sucedido?

 

-Yo no lo creo así. Manuel, nosotros hemos sido buenos. Hemos hecho todo lo que nos ha mandado. No podemos echarnos la culpa. En lo que sí estoy de acuerdo contigo es con que Dios, enfadado por algo que ha hecho, (que nosotros desconocemos) la ha enviado a la locura. Por esa razón yo voy a ser muy respetuosa y cumplidora de las Leyes de la Santa Madre Iglesia, para que no ocurra lo mismo. Pero hay que esperar a ver cómo se desarrolla esta historia, serenamente.

 

-Tú- intervino Carmelo.- no la defiendas. Sólo el Padre es justo. Si ha perdido el control de su mente, como nos ha dicho el doctor, alguna tendrá que ser la causa. No creo que nadie se vuelva loca por el cansancio. Yo estoy con Malena, habrá hecho algo que nosotros no sabemos. ¡Habrá sido algo grave!

 

-Y, ¿qué vamos a hacer? Tendremos que ponernos de acuerdo sobre cómo vamos a actuar. Si vamos a ir a visitarla, si le vamos a llevar un regalo o si nuestro comportamiento va a ser ignorado completamente.- Dijo Malena esperando respuesta de los allí reunidos.

 

-Yo creo que lo mejor es ir a verla y llevarle un regalo. Eso le agrada mucho a la gente cuando está en el hospital- propuso Carmelo.

 

-No estaba de acuerdo- intervino Manuel con gran seguridad en sus palabras- si está loca no nos conocerá, además es un regalo como si pudiera agradecérnoslo. Esta maldita. Yo tengo miedo de que seamos generosos con ella y Dios se enfade con nosotros. ¡No olvidéis que es una pecadora!

 

-Pero no podemos dejarla sola. Ella siempre se ha preocupado por nosotros- indicó Carmelo entristeciéndose por lo crueles que estaban siendo sus compañeros.

 

-Yo opino- concluyó Malena- que debemos  esperar a ver qué ocurre. ¡Ya tendremos tiempo de ir a la casa de los locos! Lo mismo se pone mejor y sólo es algo pasajero. Tenemos que esperar pacientemente.

 

Así comentaban los alumnos si conocimiento de causa el estado de la profesora. Era aquella una cuestión inverosímil que los niños trataban de comprender hasta donde llegaban sus argumentos racionales. A ellos se les quitaba una carga de encima. No tendrían que volver a clase. Como quedaba poco tiempo para que finalizase el curso, no volverían a tener obligaciones hasta el próximo año. Aquel suceso se traducía en un repentino adelanto de las narraciones estivales.

 

 

El alcalde:

 

Don Pepón no daba crédito a sus oídos al enterarse de la situación en que se encontraba Mararía.

 

-¡Es posible! ¡santos y diablos! Una chica tan joven, tan noble, tan…cuerda. Llegar al sinsentido, perder el juicio. Tiene que ser causa de alguna cuestión biológica. Quizás falta de alimento. Hay que buscar el motivo de dicho desequilibrio en alguna deficiencia hormonal. Quizá cuestión de mujeres. ¿Qué opina el médico?

 

-El médico se ha visto en la obligación de internarla en la capital- informó uno de los concejales mientras tomaba un sorbo de vino.

 

-Entonces, parece ser algo serio. ¿Y qué vamos a hacer con la escuela. ¿Quién le sustituirá? Hay que tomar cartas en el asunto, desgranar el problema buscar soluciones pertinentes. Pero, ¡Oh Dios mío! Mararía un ejemplo de rectitud, de saber estar. Moralista de la vida se ve reducida a la condición de los más indeseados. Señores, habrá que darle la baja de su contrato, porque al pan, pan y al vino, vino, un desequilibrio mental no puede regir la educación de nuestra futura generación. De momento los niños no acudirán a clase. El segundo paso es localizar un ser respetable y convenientemente preparado que no desluzca el nivel que había alcanzado la desgraciada Mararía.

 

Yo que tenía en proyecto cambiar el nombre de la escuela como muestra de admiración hacia la maestra, me veo obligado a considerar que los destinos de los hombres se nos muestran caprichosos. Nada me hace comprender el porqué  de estas circunstancias reales. Nunca había pensado que esto pudiese ocurrir. No se han dado casos en la familia y es un clan con solera. Qué vergüenza para el pueblo y para su propia estirpe.

 

-Así son las cosas, señor alcalde.

 

 

El Párroco:

 

 

Estando Don Vicente en un lugar apartado y reflexionando acerca de las incidencias del día, comenzó a darle significado a los pequeños detalles que había observado durante las fiestas de su Santo Patrón.

 

Cayó en la cuenta de que ambos jóvenes (refiriéndose a Mararía y Daniel) habían flirteado de manera extraña y pensó que quizás la causa de su trastorno se debía a cuestiones mayores, a profundos sentimientos mal canalizados que se podían interpretar de manera dudosa. Por estos motivos se decidió a dialogar seriamente con cada uno de ellos por separado, intentando comprender que había provocado aquel conflicto en una persona con tanta entereza como Mararía y sí, quizás el joven doctor intuía de ella especialmente algún mal o un pesar de difícil comprensión que le había provocado aquel mal.

 

Aquel día, su homilía resultó enternecedora, acertó a advertir en sus palabras un cierto sentimiento de gozo de difícil control y se percató de la inestimable ayuda que podía dar a la pareja si medía sus palabras preferentes al tema del día donde la fraternidad tenía un significado mayúsculo.

 

Nervioso se puso manos a la obra y comprendió la acción sin mayor dilación. Se dirigió en primer lugar hacia la casa-consulta del médico y allí inspeccionó sobre el terreno las dimensiones de la cuestión.

 

Concluyó certeramente que todo continúa en un inicio de relación amorosa que no acertaba en sus formas, debido a la complicada personalidad de la pareja que se empecinaba en no mostrarse de manera natural, fundamentalmente en sus diálogos.

 

Le faltó tiempo para acudir a buscar consejo del Santo San Benito el Bendito.

 

Su siguiente paso fue ir a entablar una conversación con Mararía de tal forma que no existiese tirantez ni desaire por parte de la joven en tan delicado momento.

 

Mararía sonreía melancólicamente con la mirada fija en un punto de la blanca pared. Don Vicente se acercó discretamente y le dijo en tono conciliador:

 

“Mararía no trates de encerrarte en tu interior, simplemente confía en ti misma, trata de obtener respuestas a tus interrogantes y no desprecies la oportunidad que te da la vida. Eres joven, aún eres joven. Aprende a compartir tus inquietudes con los que te rodean, olvida por un momento tus complejos y sácate las tonterías de la cabeza. Aprende a percibir lo bueno que te da la vida y no trates de resarcir con vanas ideas tus malos momentos, sino con argumentos positivos que te ayuden a llevar tú las riendas de tus propias necesidades. Es absurdo que te obceques en vanas ilusiones si no pones los medios para darle rienda suelta a tus razones más íntimas. Tu fe es muy valiosa pero quizás tus formas sean bruscas. Reflexiona sobre ello”.

 

Don Vicente al marcharse pensó que había obrado bien y contento fue a darle gracias al Santo y se encomendó a él para pedirle por un final feliz.

 

 

Mararía y Daniel:

 

Mararía no podía apartar de su mente la imagen de Phillip, nada parecía hacerle reaccionar, fue entonces cuando al llamar a la puerta volvió a sentir una especie de falta ilusión que sin saber cómo le hizo entrar en situación.

 

-Mararía, soy Daniel, ¿Qué tal te encuentras?, ¿Estás asustada?

 

-Veras yo… -dijo entre sollozos- … ¡Oh!, Daniel has de conocerle, es un ser formidable. Se llama Phillip viene y siempre me relata historias que él mismo protagoniza. Es, ¿Cómo te diría yo?, mi amigo invisible, mi amor secreto, mi fantasía inimaginable, mi tesoro.

 

-Mararía tranquilízate, dentro de unas horas vendrán a hacerte un estudio. Mi experiencia me dice que se trata de un asunto grave, un trastorno psicológico. No será algo crónico sino algún mal pasajero.

 

Así fue como hablaron los personajes acerca de aquel acontecimiento que había tenido lugar en aquel rincón del mundo. Personajes con una idiosincrasia muy particular y con su propia peculiaridad.

 

Pero , ¿qué fue de Mararía? Recobró su conciencia y se activó su razón, no sin que pasara el tiempo. Con gran orgullo pero sin olvidar las directrices aprendidas de sus padres fue cuidadosamente alcanzando cotas de libertad en su mente.

 

Aquella experiencia se convirtió para ella, en algo inexplicable e inextricable pero no optó por abandonarla y olvidarla sino que lo transformó en un recuerdo que guardó para tratar de comprenderlo y analizarlo detenidamente.

 

La realidad y el sueño se habían fundido de manera temporal, pero encontró un gran apoyo en su amigo Daniel que se esforzó por ayudarle.

 

Los niños acudieron a la escuela por mandato del alcalde que tras cambiar unas palabras con DonVicente en la taberna, accedió a dotar a la profesora del legítimo derecho de ejercer la enseñanza que se le había negado públicamente

 

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